Peregrinus

Asegúrate de lo que buscas
antes de comenzar el Camino
EL CAMINANTE Y SUS ZAPATOS

 

Años ha, entre altivas montañas y frondosos bosques se erguía impasible un pequeño templo. En él un maestro tenía dos discípulos a los que guiaba en el camino de la vida trascendente. No era un lugar frecuentemente transitado y se podría decir que estaba cubierto por una divertida neblina que impedía a la vulgaridad sentir interés por acercarse. No le era necesario estar habitado para cobrar sentido a aquella humilde e inexplicable construcción. Estaba allí, para quien quisiera adentrarse y poco le afectaba el transcurrir del tiempo en soledad, en compañía o en ambas situaciones a la vez.

 

 

         Algo en el interior de los discípulos les había llevado hasta allí, les había permitido sentir que ese era su camino y que tras la neblina había luz. Poco tenían que ver el uno con el otro, vidas y situaciones totalmente distintas les habían situado a ambos en el mismo lugar. El mismo sentido que ambos otorgaban a estar allí era totalmente dispar.

 

         Tiempo transcurrido en el templo, donde los dos discípulos eran instruidos, las más de las veces sin siquiera saberlo, por su admirado maestro, éste les dijo: “Bien, habéis aprendido lo suficiente como para poder salir del templo y explorar en el exterior a vuestro propio interior.” Los dos discípulos quedaron sorprendidos, estaban perdiendo el suelo por el que habían caminado durante tanto tiempo, estaban alegres por descubrir, sentir y admirar lo que allí fuera estaba deparado para ellos, y al mismo tiempo un fuerte temor les retenía, a la par que un profundo pesar por tenerse que separar de su maestro. Hechos a la idea, le preguntaron al maestro: “Aquí en el templo hemos vivido descalzos pero ahora que hemos de salir, ¿dónde podemos encontrar unos zapatos? El suelo aquí es llano y apenas sin erupciones, pero allí donde nos lleva el cruzar la puerta el suelo es irregular, lleno de piedras afiladas y repleto de arbustos que nos impedirán el caminar naturalmente.” El maestro sin un ápice de sorpresa en su rostro les dijo: “Tenéis que tomar aquel sendero y por él llegareis a una pequeña montaña, allí encontrareis vuestros zapatos. Recordad, tanto si los encontráis como si no tenéis que volver pasadas nueve semanas.”

 

         Los dos discípulos, tras despedirse de su maestro, de manera muy sentida pero algo parca en palabras partieron rumbo al sendero. Varias veces miraron atrás pero la alegría de la aventura y su férrea voluntad les permitió no retroceder un paso. Sonrientes, pensativos, hermanados, descalzos y con la vista puesta en el sendero, comenzaron su camino. Los días pasaban y su búsqueda parecía no dar fruto, se encontraban aquejados por las molestias que les producía el caminar y a la vez contentos de poder presenciar todas aquellas maravillas que el sendero muestra a aquellos que quieren ver. Pasadas tres semanas llegaron a la pequeña montaña de la que el maestro les había hablado, su búsqueda se intensifico, tanto, que se perdieron de vista el uno del otro. Cuando quisieron darse cuenta sus caminos se habían separado y la búsqueda se tornó solitaria.

 

        

Faltaba un día para que se cumpliera el plazo que el maestro les concedió y por diferentes direcciones se volvían a encontrar en el sendero que les llevaba al templo. Algo en ellos había cambiado, una ingenua seguridad en uno y una visible decepción en el otro les impedía intercambiar ninguna palabra. Alegres en su interior por tener al otro a su lado caminaron juntos ese último día hasta llegar al templo.

 

         Habían pasado nueve semanas desde que partieron en su búsqueda y ahí se encontraban los dos discípulos cruzando la puerta en su entrada al templo. Interiorizados, pensativos, decepcionado uno y seguro el otro, descalzos ambos, con la mirada puesta en el maestro y viendo que éste se les aproximaba en un comedido paso. Se sentaron ante él. El maestro deslizó su mirada sobre sus rostros y cuándo vio el rostro de decepción del primero, le preguntó: “¿Qué sucede? ¿Encontraste tus zapatos?” El discípulo liberándose al poder explicar su pesar contestó: “He estado en la montaña, tal y como nos dijiste. La he examinado hasta el último rincón y no he encontrado ningunos zapatos. Allí no habían ningunos zapatos.” El maestro sin sorprenderse ni alterarse, le expuso: “Has de abandonar el templo.” Entre sollozos el discípulo se despidió de ambos y sin entender ni aceptar nada volvió a cruzar la puerta rumbo a ninguna parte, parejo al común de los mortales. Tras todo este acontecimiento el maestro se dirigió al otro discípulo y le preguntó: “Y tú, ¿encontraste tus zapatos?” El discípulo, con la misma serenidad y seguridad que su maestro, contestó: “Sí, los llevo puestos.”

Roberto Segura , 20/01/08

 

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