Redescubrir la Tradición 

 

El Cristianismo como Religión Iniciática

                               Muchos Católicos tradicionales se han desanimado al leer los trabajos de René Guenón por su actitud hacia la Iglesia —el cual sostiene esencialmente que la Iglesia ya no proporciona un adecuado y viable “camino espiritual” a sus seguidores, porque sus “iniciaciones” (o Sacramentos) ya no son válidas. Según tengo entendido, ningún autor Católico ha tratado anteriormente esta cuestión con claridad. Lo que sigue es el “Epílogo” que Jean Borella, un autor inequívocamente Católico, ha escrito a la Introduction à l’ésotérisme chrétien (“Introducción al Esoterismo cristiano”) (vol. II) del Abad Henri Stéphane.[1]

Desafortunadamente, uno no puede asumir que el libro en sí sea de la misma calidad que el Epílogo. El nombre de Abad Stéphane es el seudónimo de un individuo que aún vive y que, desgraciadamente, está mentalmente incapacitado por un grave estado depresivo. Mientras que muchos de sus argumentos son tradicionales, hay mucha “mistificación” en sus escritos —por no hablar de muchos plagios en donde no se da crédito al verdadero autor. 

E incluso con respecto al “Epílogo” uno debería ser consciente del hecho de que estrictamente hablando, no existe aquello que se ha denominado “el pensamiento del Padre Stéphane". Hay un pensamiento tradicional, cristiano-Católico, y un pensamiento que es inconsistente con él. Pero a pesar de estos defectos en el texto, el Dr. Borella ha escrito un ensayo claro y convincente sobre los “errores” de Guenón respecto del Catolicismo que es de gran utilidad para los católicos.  (Traducción al inglés y Prólogo de Rama P. Coomaraswamy, D.M.)

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RENE GUENÓN Y LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA

 I

Queremos insistir en que los comentarios que siguen son propia y enteramente nuestros y no son representativos de ningún grupo o movimiento. No tenemos ninguna otra autoridad para hablar sobre las cuestiones a considerar mas que aquella que nos es conferida por el hecho de que somos individuos bautizados y miembros de la Iglesia Católica.

 Al llamar a la colección de escritos reunidos en 2 volúmenes del Abad Stéphane una “Introducción al Esoterismo cristiano”, la intención de los editores era más indicativa que descriptiva. Nosotros queremos decir que consideramos sus escritos, al menos en ciertos aspectos, como representativos del Cristianismo esotérico. Con esto queremos decir que representa una profundización y una interiorización del Cristianismo dogmático, y como tal se sitúa dentro del corazón de la ortodoxia. Según nuestro punto de vista, esto es lo más original de los escritos del Abad Stéphane, ya que no escasean los trabajos que pretenden hablar de Pitagorismo cristiano, Cabalismo cristiano, Alquimia, Hermetismo, Templarismo, simbolismo arquitectónico, etc. Sin embargo, las muchas referencias del Abad a los trabajos de Guenón y la misma idea del esoterismo, puede que parezcan contradecir esa pretensión. De hecho, la sección titulada “Respuesta a Paul Séran” parecería ser una simple negación de nuestras afirmaciones respecto a la misma originalidad de la perspectiva “stephaniana” debido a su punto de vista estrictamente guenoniano. Por supuesto, se puede argüir que el pensamiento del Padre Stéphane evolucionó con el curso de los años hacia un punto de vista cada vez más específicamente cristiano, y que en 1975, él no hubiera aprobado todo lo que él dijo en 1953. Ciertamente está claro que los textos incluidos en el 2º volumen se puede decir que muestran esto, ya que con el paso de los años, las meditaciones del Abad le volvieron cada vez más hacia las Escrituras, la liturgia y el arte sagrado. Sea como fuere, nuestra intención ahora, no es intentar hacer una exégesis del pensamiento stephaniano, sino facilitar al lector toda la información pertinente que le permitirá apreciar el problema, al mismo tiempo que le rogamos excuse la brevedad de nuestros comentarios sobre una cuestión tan difícil, y que correctamente emprendida necesitaría una investigación histórica y documentada que estaría fuera de lugar en el presente contexto.

 Esta cuestión nos lleva directamente a la consideración de René Guenón, porque él es la persona responsable de sacar el tema del esoterismo en general, y del esoterismo cristiano en particular. En nuestro acercamiento al problema, intentamos conformarnos al precepto paulino: “probadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Tes 5, 21) —nosotros añadiríamos que muchas de las críticas que P. Sérant hace de Guenón nos parecen justificadas, y que no todas ellas recurren al sentimentalismo o resultan de la incomprensión, sino que de hecho muchas están basadas en la simple objetividad. Se debería recordar que no hay esfuerzo humano que esté libre de error y este principio no debería ser nunca perdido de vista. Ahora bien, si es verdad que Guenón sacó la idea del esoterismo y de la iniciación de espurios gnósticos y teósofos, o de las fantasías de “sociedades secretas” de todo tipo, entonces nosotros creemos que el esquema que él construyó con el rigor y la claridad de un matemático, sólo puede corresponder con gran dificultad a la realidad de las cosas, al menos con respecto a aquellas áreas de las que nosotros tenemos conocimiento. No es que Guenón esté radicalmente equivocado —al menos con respecto a lo que él dijo sobre el esoterismo en general— pero sí que es incapaz de distinguir entre un estereotipo y la diversidad y variaciones de la verdad. Es evidente que solamente una inmoderada afición por las abstracciones, o por un cierto culto de la personalidad, ha cegado a algunos de sus lectores. La ecuación que algunos de los seguidores de René Guenón proponen —es decir, “René Guenón = la verdad absoluta y definitiva”— debe ser rechazada totalmente. Si no, lo que nosotros tenemos que decir no tendrá ocasión de ser leído.

 Pero las reservas que uno puede tener sobre ciertos aspectos de la concepción guenoniana del esoterismo en general —lo que no excluye una adhesión reflexiva a otros puntos— está singularmente reforzada cuando uno considera los temas del Cristianismo, ya que aquí, es necesario declararlo claramente, la tesis guenoniana es absolutamente inaceptable y en gran medida contraria a los hechos.

 Esta tesis, como ya sabemos, afirma que la tradición Cristiana era originalmente de naturaleza exclusivamente esotérica, y como tal, sus ritos (los Sacramentos), que comunican la vida espiritual, eran también de carácter “iniciático”[2]. Cuando Guenón habla de un rito iniciático, se refiere a uno reservado a un pequeño número de individuos “cualificados”. Ahora bien, la propagación del Cristianismo en el siglo IV que confirió estos sacramentos (Bautismo, Confirmación, Eucaristía, etc.) a todos sin distinción, no sería ya compatible con la naturaleza iniciática de los sacramentos cristianos. Por lo tanto se sigue que, según Guenón, desde este momento en adelante, la Iglesia se vio forzada a proceder con un general “descenso” de sus ritos en el campo puramente exotérico, reservando otros ritos en orden a proporcionar a una élite iniciática. Esta tesis es proferida contra numerosas objeciones que la invalidan completamente.

 Dejaremos a un lado la cuestión de la consistencia interna del pensamiento guenoniano[3]. Solamente discutiremos dos aspectos del problema: uno histórico y el otro doctrinal.

  

II

 Ante todo, los hechos. Está claro que no existe absolutamente ninguna evidencia de un “descenso exotérico” de los sacramentos, que, según lo sitúa Guenón, ocurrió entre el final del siglo III y el Concilio de Nicea (325), y que él afirma que no tuvo otra elección que sancionarlo[4]. Esto es pura y simplemente una hipótesis que deriva necesariamente de su definición a priori del Cristianismo. Además, si en efecto el carácter colectivo de la administración de los sacramentos era opuesto a su naturaleza iniciática, no hay ninguna razón por la que la Iglesia no hubiera procedido a confeccionar nuevos ritos exotéricos, mientras mantenía los siete sacramentos intactos y retenía su carácter iniciático. Actualmente ésta es la única solución concebible consecuente con la idea principal de la hipótesis de Guenón y nadie puede explicar por qué prevaleció la solución opuesta (otra vez, según Guenón)[5].

 Pero aún hay más. Según Guenón, “un rito que es conferido a niños recién nacidos, y sin que sea posible que nadie determine en modo alguno sus cualificaciones, no puede tener el carácter o el valor de una iniciación, a menos que sea disminuido hasta el punto de ser solamente virtual”. Ahora bien, como Jean Tourniac[6] ha señalado, los Hechos de los Apóstoles prueban que en el día de Pentecostés, el mismo día que la Iglesia visible nació, el Bautismo fue administrado a una multitud de tres mil personas entre las cuales habrían ciertamente algunos niños[7]. Si tal es el caso, siguiendo la tesis de Guenón, uno debe admitir que el Bautismo era incluso entonces un rito exotérico —y por lo tanto, que la separación entre Sacramento e iniciación ocurrió antes de Pentecostés (pero después de Pascua de Resurrección, porque según Rm 6, 3 el Bautismo es participación “en la muerte de Cristo”); si uno mantiene que Cristo instituyó el Bautismo en el momento de su Ascensión (Mt 28, 19), esto solo nos deja un período de 10 o como mucho de 15 días— y obviamente bajo tales circunstancias el esquema guenoniano no se puede aplicar. Lo absurdo de la primera hipótesis basta para destruir la segunda. Los dos puntos incontestables que se siguen de estas consideraciones son que el Bautismo presenta todas las características de una verdadera iniciación, y que, ya que es administrado a todo aquél que lo pide, la única cualificación que se requiere es la de desear convertirse en un “hijo de Dios” en Jesucristo, por la Gracia del Espíritu Santo.

 Sin embargo, es absolutamente cierto que la Iglesia de los primeros siglos conoció un esoterismo doctrinal. El Cardenal Danielou ha reunido los testimonios más importantes de este hecho[8]. Ellos prueban, como la mayoría admite, la existencia de una enseñanza secreta dada por Cristo y transmitida a los Apóstoles y a otros muchos. San Clemente de Alejandría y Orígenes son los más ilustres testigos de esto. En lo que se refiere al contenido de esta enseñanza, las opiniones varían. Con respecto a esta cuestión, nos gustaría llamar la atención sobre un hecho curioso: en los tiempos de San Ambrosio (siglo IV) estaba prohibido anotar el Símbolo de los Apóstoles o recitarlo delante de los catecúmenos o de los herejes[9]. Es obvio que la disciplina arcana se extendió más allá de este tiempo, y al menos hasta el final del siglo IV. Esto es muy conocido, y además, es pertinente decir que no existen en absoluto evidencias ni en Clemente ni en Orígenes —o en ningún otro documento de ninguna organización iniciática, o al menos algún indicio de un rito iniciático (o gnóstico)—, de un sacramento que se sitúe por encima de los siete sacramentos o que dé “algo más”, y esto a pesar del hecho de que Orígenes admite la existencia de un tipo de “jerarquía paralela” que asegura la transmisión de los misterios doctrinales y de una hermenéutica sagrada[10]. Creemos que esta misma situación existe por lo poco que sabemos respecto de vanas organizaciones iniciáticas Cristianas tales como los hermetistas, los paraclesianos y los hesicastas. Hasta donde nosotros podemos juzgar, la idea de que pueda existir un rito más sacrosanto y capaz de conferir una mayor y más gracia que la Eucaristía, aparecería como “ridícula” a los ojos de un monje del monte Athos y miembro de la Orden del Paráclito. Además, uno obtiene la misma impresión cuando profundiza en las obras del Maestro Eckhart, del Bienaventurado Enrique Suso, Tauler y Nicolás de Cusa sobre la Eucaristía, como “Supremo Banquete”[11] que nos une “sin distinciones y sin intermediarios” con Dios[12]. Es siempre necesario añadir que la invocación del Nombre de Jesús acompaña ritualmente a la recepción de la Eucaristía (como el ritual de la Misa tradicional ordena: panem celestem accipiam, et nomen Domini invocabo [“recibid el pan celestial e invocad el Nombre de Dios"] y lo prolonga a través de todos los tiempos. “Comunión e Invocación” constituyen el ritual básico para una vía iniciática en el Cristianismo…[13] En cuanto a la existencia de organizaciones particulares en la Edad Media, o incluso más cerca de nuestro tiempo, no plantea ningún problema, sino que corresponden a la adaptación de caminos espirituales cristianos, sean de determinados grupos de artesanos, como es el caso de los Compañeros, o sean de ciertas funciones como en el caso de las iniciaciones caballerescas, o aún, y más frecuentemente, a necesidades espirituales específicas como es el caso de las órdenes monásticas.

  

III

 Pasando a los comentarios doctrinales, nosotros notamos que la única cuestión que puede surgir con respecto a los sacramentos cristianos, o con los que pueden ser llamados con justicia los “sacramentos de la iniciación Cristiana” (Bautismo, Eucaristía a los que añadimos la Confesión[14]), es la siguiente: ¿Son válidos o no lo son? Si no lo son, entonces no hay nada que discutir. Pero, si lo son, entonces son todo lo que quieren significar. Pero ¿qué quieren significar? Nada más que lo que su forma anuncia y significa, ya que, en virtud de las leyes fundamentales del simbolismo sagrado, la forma de un rito es siempre declarativa o representativa de su contenido. Si esto no fuera así, significaría que las formas simbólicas de los ritos sagrados podrían ser falsificadas y falsas, lo que es simple y llanamente blasfemo con respecto a las operaciones divinas que están involucradas en tales ritos, y bajo estas circunstancias, con respecto a las palabras y acciones de Cristo en su Encarnación y Pasión redentora. Para conocer la naturaleza de la “influencia espiritual” que se comunica mediante un rito —suponiendo que sea válido— es suficiente considerar lo que el rito declara, la definición que él da de sí mismo. Como el señor F. Schuon ha declarado: “Dios nunca da menos de lo que El promete”. Ahora bien, la tesis guenoniana admite por lo menos que la forma de los Sacramentos no ha cambiado. Se sigue que, a menos que esta forma (instituida por Cristo) fuera inadecuada para significar su contenido desde el principio, cómo podría ser “disminuida” sin que obligatoriamente fuera cambiada. Argüir que tal “disminución” es posible sin cambio, es argüir que Cristo fue incapaz de encontrar los símbolos apropiados que pudieran claramente indicar la simple naturaleza exotérica de los ritos que El instituyó —o también que la Iglesia, al disminuir su contenido, y limitándolos al dominio puramente individual, sin cambiar las formas autorizadas de comunicarlos, no solo engañó a los cristianos (al significar una cosa y dar otra diferente), sino que además, contravino las leyes inmutables del simbolismo sagrado, es decir, por definición, del divino Logos, quien es su Principio y quien además eligió él mismo una forma ritual específica para significar un contenido especifico[15]. La conclusión que resulta de nuestras consideraciones es bastante simple. Es imposible modificar el “significado” de la eficacia espiritual de un rito sin a la misma vez modificar la forma que significa y declara su contenido.

 Habiendo dicho y claramente establecido lo anterior, es incontestable —como incluso el mismo Guenón reconoció— que el Bautismo, en todos sus elementos formales como en la doctrina de la fe Católica que especifica su contenido, tiene el carácter de una iniciación[16], conocimiento de una muerte (con Cristo), y de una resurrección o segundo nacimiento mediante el cual se confiere la “virtualidad del estado Adámico”. ¿Cómo podía la Iglesia unánimemente continuar enseñando y considerando el Bautismo como tal —porque no es solo la forma ritual la que no ha cambiado, sino que tampoco su comprensión doctrinal— cuando de hecho el rito no confería nada? Si tal fuera el caso, sería inútil incluso hablar de religión Cristiana. El rito del Bautismo no es otra cosa que esta regeneración y segundo nacimiento por el que la gracia de la adopción filial que nos vuelve “hijos de Dios” nos es conferida. Cada cristiano debe creer que efectivamente recibe una gracia que está de alguna manera “divinizada” o “deificada” en el rito del Bautismo. No hay ninguna otra cosa en la forma intrínseca del rito o en la doctrina que lo acompaña que sea capaz de enseñar el postulado de que lo que está involucrado es sólo un rito exotérico, es decir, un rito que concierne exclusivamente a la individualidad psico-corporal. Tal concepto es patentemente falso; o en otras palabras, la tesis que lo propone es insostenible.

 Nuestras conclusiones son similares y si es posible, aún más evidentes cuando consideramos la Eucaristía. Este sacramento contiene la plenitud de la divinidad de Jesucristo agonizante en la cruz mientras ofrecía Su Cuerpo y Su Sangre. Para cumplir y realizar visiblemente lo que el rito instituido en la Ultima Cena significó y expresó, Cristo se sometió a Su pasión y ofreció Su vida. Debido a la identificación sacramental del Sacrificio de la Misa con el sacrificio del Viernes Santo, El se ha convertido en el verdadero alimento de la Verdad y en la bebida de la inmortalidad para un gran número de seres humanos[17]. ¿Cómo podría cualquier otro rito suplantar a éste, y cómo podría conferir algo “más” que el Cuerpo y la Sangre del Dios Encarnado? Y si por lo que sea, por un proceso u otro, la Iglesia hubiera “reducido” la importancia de esta presencia divina (como si Dios pudiera “dividirse” a sí mismo en diferentes trozos)[18], entonces, bajo pena de evitar una duplicidad inimaginable o un engaño inequívoco, ella tendría al menos que informar a los fieles para que puedan saber lo que creen, y para dejar de celebrar, por ejemplo, la fiesta del Corpus Christi[19]. Pero esto no es todo. Más allá de esto, la hipótesis que estamos considerando sostiene que la Iglesia instituyó un rito superior al de la Eucaristía, fundado también en los Evangelios y capaz de separar el Pan de la Vida de su “realeza sacramental”. Ahora bien, si consideramos los ritos que los guenonianos consideran como verdaderamente iniciáticos, es decir, que abren verdaderamente al alma hacia posibilidades supra-individuales, y por tanto, superiores a todo aquello conferido por un rito exotérico, entonces nos vemos forzados a aceptar que el menor de los ritos de los “Compañeros”, sea el de la iniciación de un pintor o el de un fabricante de armaduras, transfiere al que lo recibe ¡infinitamente más de lo que lo hace la recepción del Cuerpo y la Sangre del Verbo eterno! ¿Hubo alguna vez un “Compañero” en el mundo que creyera tal absurdo?[20] 

 

IV

 Sólo nos falta tratar del misticismo, un tema hacia el que Guenón manifestó una hostilidad evidente, en parte, debido a un gran malentendimiento de esta realidad espiritual. Guenón ignoraba las enseñanzas espirituales de los Padres de la Iglesia, a parte de que, no obstante, existiera una teología cristiana, y precisamente los de ellos que son los de los “Padres” de la Iglesia. El conocía solamente un misticismo de un orden secundario basado en una “fenomenología” espectacular, y que sólo en grado mínimo tiene como su objetivo la realización del divino Pneuma. ¿Era él consciente del misticismo del Monte Carmelo? El escribió: “El mismo lenguaje de los místicos es muy claro a este respecto: no se trata nunca de una unión con el Cristo-principio, es decir, con el Logos en sí mismo, que incluso, sin llegar hasta la identificación, estaría ya más allá del dominio humano; se trata siempre de una “unión con Jesucristo”, expresión que se refiere claramente de forma exclusiva, únicamente al aspecto “individualizado” del Avatara[21]. Pero S. Juan de la Cruz, por citar algún autor que es sin duda alguna un “místico”, escribió en su “Subida al monte Carmelo”: “El alma de inmediato se ilumina completamente y se transforma en Dios; Dios le comunica Su supernatural Ser de tal modo que el alma se asemeja a Dios mismo; ella posee lo que Dios posee; la unión que brota de este soberano favor es tal que todas las cosas del alma están unidas con las cosas de Dios; el alma es transformada; participa de lo que es Dios y parece ser Dios más que alma: es Dios por participación”[22]. Tal texto no es de ninguna manera raro incluso en la literatura mística moderna y contemporánea, como en los escritos del Monseñor Louis Laneau, la Hermana Laurant de la Resurrección, la “Mística modista”, o la Hermana Elizabeth de la Trinidad, que juega un papel considerable en la doctrina espiritual del Padre Stéphane, y que declara en un estilo casi eckhartiano: “Cuando estoy completamente identificada con este Ejemplar Divino (el Verbo), todo pasa en El y El en mí, de tal forma que yo veo realizada mi vocación eterna, aquella vocación que me ha llamado “hacia El”, “in principio”, la que yo perseguiré “in aeternum”, mientras estoy sumergida en el seno de la Trinidad, yo seré el incesante alabador de Su gloria, Laudem gloriae ejus”[23]. Ante tales textos, y ante el testimonio que proporcionan las vidas de aquellos que las han escrito, se puede realmente afirmar que “la iniciación no es, en efecto, como las realizaciones místicas, algo que caiga más allá de las nubes, si se puede decir así, sin que se sepa cómo ni por qué”[24]. A esta burla de un gusto discutible, nosotros de buena gana contestamos que lo que “cae” de esta manera es la ¡Gracia de Dios! Y por lo que nosotros podemos decir, nos parece que Shankara o Ibn Arabí se han expresado de forma muy similar a la de los místicos cristianos; como si fuera suficiente conocer las rigurosas leyes y “la técnica para manejar las influencias espirituales”[25], para producir los efectos correspondientes mediante un claro esfuerzo sin “nubes”. La liberación espiritual (moksha) es siempre un favor, una gracia (anugraha) de la Realidad Suprema que se despierta en nosotros mediante las vibraciones que emanan del mantra divino[26]. En cierto sentido, el ser humano está siempre “pasivo” con respecto a lo que Santo Tomás de Aquino, recordando una imagen de los Padres, llama “el infinito Océano de la Divina Sustancia”. Y de la misma forma Shankara dice: 

“Incluso cuando la dualidad
es desalojada por el alma,
Oh Señor, yo soy tuyo, pero
Tú no eres mío.
La olas pertenecen al Océano.
Pero el Océano nunca
pertenece a las olas”[27]

 Es verdad que en ciertos aspectos, el misticismo cristiano parece consistir esencialmente en estados pasivos experimentados por el alma que parecen apartarse de toda norma. Evidentemente uno puede ver en esto, como dice el Padre Stéphane, usando el lenguaje de Guenón, a “un ser poseído por el rapto de un estado superior” de forma pasiva. Nos parece que es necesario comprender esta expresión como una “ruta” hacia estados más altos[28] —un camino análogo al de la Asunción de la Virgen— ya que en último análisis, la realización espiritual en el Cristianismo es una renuncia a todo lo creado con vistas a su transformante integración en la Luz de la Gloria. Como Evagrio Póntico enseña: “en el desnudo intelecto, es decir, el intelecto que es consumido en la visión de sí mismo y que merece comunicar con la contemplación de la santa Trinidad”. Por lo tanto, no solo él es igual que los ángeles, “isoangélico”, dice Evagrio, sino que “los nombres son abolidos”; él entra en la luz “informal” de Dios y realiza “el estado de pura intelección” que es “la cúspide intelectual, como el color del cielo en el cual arde la luz de la Santa Trinidad en el momento de la oración”[29]. Cualquiera que sea la diversidad de caminos que nos llevan a esto —ellos constituyen esencialmente una actividad— todo lo que queda es este desnudo intelecto y la oración que lo acompaña (oración y ayuno son los dos aspectos de todo camino espiritual: el discernimiento de lo Real de lo que es ilusorio y la concentración ritual en lo que es la Única Realidad). Y esto es, según las palabras de Evagrio, la única actividad que exige la dignidad del intelecto.

 Indiscutiblemente a uno le parece sorprendente que René Guenón fuera, en esta cuestión, capaz de malinterpretar la naturaleza del camino cristiano. Pero él mismo nos ha enseñado que las individualidades no cuentan con respecto a la doctrina, y que, de acuerdo con el adagio hindú: “no hay derechos superiores a los de la Verdad”. Quizá sea cierto, como indican fragmentos de su correspondencia publicada por Jean Tourniac, que en el momento de su muerte estaba a punto de revisar algunas de sus posturas. Nosotros no sabemos nada de esto. En cualquier caso, está más allá de duda que la tesis “oficial” de Guenón, aquella tesis que fue expuesta en “Christianisme et initiation”[30], es contradictoria con lo que nosotros sabemos de las Escrituras[31]. Según nuestra opinión esto prueba que el esquema guenoniano sobre una distinción radical entre los ritos iniciáticos y los ritos exotéricos no se puede aplicar como tal a los sacramentos cristianos. Así que Guenón, a causa de la fuerza con que él concibió y formuló los elementos de su doctrina, no los comprendió. Por otra parte, ¿deberíamos considerar a todos los cristianos como seres “virtualmente iniciados”? En cierto sentido, esto es lo que la lectura de San Dionisio Areopagita sugiere cuando él declara que: “la más perfecta iniciación (la de la Nueva Ley como opuesta a la de la Antigua Ley)… es al mismo tiempo celestial y legal…”, una declaración que llevó a M. De Condillac a comentar muy justamente que los sacramentos son, “en general, tanto exotéricos como esotéricos”[32]. Sin embargo, si este es el caso con respecto al camino cristiano, no resulta por ello una confusión deplorable entre los dos órdenes. Esto es tanto más cuanto que el Cristianismo se encuentra en una situación en la que su distinción, no teniendo ya una razón de ser, está virtualmente abolida.

 Indiscutiblemente el Cristianismo está vestido por necesidad de formas exteriores colectivas y sensibles. Pero ciertamente, y según su más profunda esencia, su único mensaje y la única tarea que pretende realizar, está completamente recapitulada en la simple frase: “filiación divina”. Lo que Cristo vino a enseñar y lo que vino a cumplir se encuentra únicamente en esto: que nosotros somos (potencialmente) hijos de Dios y que podemos llegar a serlo. Esto es precisamente lo que San Juan declara, esto y nada más: “A todos los que Lo reciben, El les da el poder de convertirse en hijos de Dios, a los que crean en Su Nombre y a los que nacen, no de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios” (Jn 1, 12-13). La necesidad de comparar el Cristianismo con otras formas religiosas y la necesidad de explicarlo mediante categorías que no fueron hechas para él, lleva a uno a perder de vista su verdadera naturaleza, aquella que habla de sí misma con respecto a sí misma, sin ninguna discusión posible. Ahora bien, el Cristianismo no proclama nada más que esto: “Yo soy la religión de la filiación divina de Jesucristo, para todos los hombres de buena voluntad, por medio de la gracia del Espíritu Santo”. Y el rito inicial que confiere esta gracia de adopción filial, y por medio de la cual el cristiano “nace de Dios”, es el Bautismo. 

Ya que es esto lo que Jesucristo vino a revelarnos y a cumplir, ¿cómo podemos negarnos a hablar de una enseñanza y de un trabajo que es iniciático? ¿No es ésta una cuestión que trata directamente de nuestra deificación? Volvamos a las extraordinarias palabras de San Juan en el Capítulo Tercero de su Epístola: “Contemplad qué amor nos ha otorgado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y que lo seamos” (1 Jn 3, 1), filiación que nos es conferida por el Bautismo y que es, según la expresión de San Dionisio Areopagita, una theogénesis. Ya que “ser deificado, es tener a Dios nacido y deificado en uno mismo”. Pero, antes de llegar a esta operación mística, es necesario recibir el poder; y esto es lo que ocurre en la iniciación Bautismal, que nos permite antes que nada “subsistir divinamente”[33]. Sin esta “subsistencia divina”, no podemos ser salvados: “no hay otra salvación a menos que los que busquen la salvación se conviertan en dioses”[34]. En otras palabras, antes de que Dios pueda nacer en nosotros, nosotros debemos nacer en Dios. Ahora bien, esta divina subsistencia se da a todos aquellos que tengan un verdadero deseo de tenerla, mediante la gracia conferida por el rito. Hablando más adelante respecto de la iluminación Bautismal, Dionisio afirma: “En su generosidad, la Luz divina nunca cesa de ofrecerse a sí misma a los ojos de la inteligencia; es para aquellos que quieran cogerla, porque está siempre divinamente allí preparada para darse a sí misma”[35].

 Es por tanto que el Verbo no puede dar otra cosa que a sí Mismo. En Él, en Su manifestación salvadora, la separación radical entre esoterismo y exoterismo está abolida; en Jesucristo el Verbo se ha hecho carne. Como veremos en breve, Guenón equivocadamente reprochaba a los místicos que ignorasen el Verbo eterno y que sólo conocieran al Jesús individual. Pero esta distinción está, teológicamente hablando, vacía de significado[36]. Esto es lo que San Juan, el teólogo, proclama en todas y cada una de las líneas de su Evangelio y de sus Epístolas: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos tocando al Verbo de vida…" (1 Jn 1, 1), y similarmente, en el maravilloso episodio de la samaritana en el pozo, donde Cristo se llama a sí mismo “el don de Dios”, El revela el misterio más trascendente del esoterismo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías a El, y El te daría a ti agua viva” (Jn 4, 10). Y entonces Jesús reveló la extraordinaria enseñanza: “Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Jn 4, 21). En otras palabras, que hay un lugar para la adoración que es superior al de la naturaleza virgen, al del arte sagrado y al de las formas tradicionales: “ya llega la hora, y es ésta, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre busca” (Jn 4, 23). Y de forma similar, cuando Felipe pidió ver al Padre: “Felipe, ¿tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El que me ha visto a Mí ha visto al Padre” (Jn 14, 9). Y otra vez, cuando Jesús se defendió ante los judíos que estaban escandalizados de su (aparente) blasfemia, Jesús se atribuye a sí mismo el mismo Nombre que Dios les dio en la revelación de la Zarza ardiendo: “En verdad, en verdad os digo: Antes que Abraham naciese, Yo soy” (Jn 8, 58). Uno no debería pues separar “lo que Dios ha unido”, Esposo y Esposa, el Verbo divino y Su Humanidad en Jesucristo, porque como san Pablo dice: “éste es un gran misterio”: es la unión de Cristo con su Iglesia.

 Es por tanto en virtud de su Principio y Fundador que el Cristianismo hasta cierto punto “ignore” la distinción radical entre los dos órdenes (esotérico y exotérico). Ciertamente, entre los mismos cristianos, aquéllos que reciben la gracia Crística, hay diferencias en la comprensión y por eso en la actualización que refleja tal distinción. Tal necesidad corresponde a la misma naturaleza de las cosas. Y por eso, nosotros no negamos de ninguna manera la pertinencia de estos términos cuando se aplican al Cristianismo. Pero formalmente negamos la existencia de un ritual esotérico en el sentido de que ciertos ritos estén reservados a un grupo especial de cristianos en el centro del Cristianismo, es decir, a individuos que ya han recibido los sacramentos “exotéricos” en cualquier otro lugar. Y lo negamos porque, como ya hemos dicho antes, los sacramentos no son otra cosa que lo que Cristo “nos dio y comunicó”; son una prolongación de la Encarnación, y como tal, lo humano y lo divino están inseparablemente unidos en ellos. Y ellos son así porque no pueden ser de otra manera. En este punto, otra vez, qué mejor prueba se nos puede ofrecer, que la que S. Dionisio Areopagita enseñó con respecto al Bautismo de los niños. Nadie puede negar que el Bautismo era, a los ojos de S. Dionisio, una auténtica iniciación. A pesar de esto, según Guenón, el hecho de conferir este rito a niños faltos de inteligencia e incapaces de comprensión sería suficiente para probar su naturaleza exotérica. Dionisio, quien ciertamente debía saber de lo que estaba hablando, se oponía completamente a demorar el Bautismo y fue un eminente partidario de lo que se llama el “Bautismo infantil”: “Pero yo os digo, que lo que parece merecer la burla de los impíos, es que los niños, aunque incluso sean incapaces de comprender los divinos misterios, sean no obstante admitidos en ellos, y también en los sacramentos que hacen que Dios nazca en su alma. Por eso, nuestros divinos maestros (ellos mismos iniciados en las tradiciones más primitivas) han juzgado bueno admitir a los niños en los sacramentos a condición de que sus padres naturales, ellos también iniciados en los sagrados misterios, los confíen a un buen instructor que pueda llevar su instrucción religiosa como su director espiritual y como el garantizador de su salvación”[37].

 Uno puede ver que en esta cuestión, al igual que en otros muchos puntos, el Cristianismo se distingue claramente del Islam, que era el modelo ideal a los ojos de Guenón[38]. La distinción islámica entre lo interior (esotérico, haqíqa) y lo exterior (exotérico, shari’a) no se aplica al Cristianismo, y Guenón, basándose él mismo en el punto de vista islámico, vio esto como un defecto del Cristianismo. El Cristianismo “nacido” como esoterismo dentro de la tradición judía, retuvo desde el principio su estructura esotérica. La comprensión y la actualización de este esoterismo depende tanto de la gracia como de las cualificaciones que reúna el que lo recibe. Como F. Schuon ha dicho en alguna parte, “los sacramentos cristianos son exotéricos para los exoteristas, y esotéricos o iniciadores para los esoteristas”[39].

 Finalmente, estas consideraciones no tendrían ningún interés si solamente se vieran como afirmando una tesis contra otra. No es tiempo de debates académicos. Afirmar la naturaleza iniciática de los sacramentos cristianos, solo puede tener hoy en día un solo propósito, y que es un llamamiento o un traer a la memoria a la realidad del Espíritu y la actualización de su presencia en nuestros corazones. La religión Católica es en su muerte, agoniza. ¿Tenemos todavía tiempo para sondear la profundidad de sus teologías, para explorar las inmensidades de su literatura patrística y para verificar la historia de sus dogmas y sus liturgias? Casi seguro que no, al menos en lo que se refiere a la mayoría de los cristianos, pero siempre hay tiempo para avivar el Espíritu en nosotros y para entregarnos a la oración como si fuera los brazos de nuestro Padre[40]. La única condición necesaria es que obviamente sepamos que todo lo que se necesita para llegar al corazón del Padre se nos ha sido dado. “¡El que tenga oídos para oír que oiga!”.

 Pascua de 1982

Jean Borella.


Notas del Autor

[1] Se ha sugerido que un título más apropiado para este libro, podría haber sido el de “Indicios de Esoterismo cristiano”.

[2] Los términos “esotérico” e “iniciático” no son sinónimos, incluso Guenón nunca los distinguió de una forma precisa. El esoterismo concierne a la dimensión más “interior” (que es el sentido etimológico de la palabra en Griego) de una doctrina que al mismo tiempo incorpora un aspecto más “exterior”: el exoterismo. El término “iniciático” se aplica a los ritos que permiten la realización espiritual de lo que enseñe la doctrina esotérica. Más recientemente, el señor F. Schuon ha notado que “los sacramentos cristianos son exotéricos para los exoteristas y esotéricos e iniciadores para los esoteristas; en el primer caso, su fin es la salvación pura y simple y en el segundo, la unión mística” (Roots of the Human Condition, World Wisdom Books, Bloomington, Indiana, 1991).

[3] En Aperçus sur l’initiation, él declara: “Incluso cuando se trata de una organización que es auténticamente iniciática, sus miembros no tienen el poder de cambiar las formas según sus propios deseos o de alterarlas en lo que ellas tienen de esencial; esto no excluye ciertas posibilidades de adaptación a las circunstancias, que por otra parte se imponen a los individuos aunque ellas no deriven de su voluntad, pero que en cualquier caso, están limitadas por la condición de no dañar de ninguna manera a los medios por los que se asegura la conservación y transmisión de la influencia espiritual de la que la organización considerada es depositaria; si esta condición no fuera observada, resultaría de ello una verdadera ruptura con la tradición, que haría perder a esta organización su “regularidad” (ch. “De la regularité initiatique”, p. 41). La cursiva es nuestra. Algunos han argüido que este texto se refiere a la Masonería. Nosotros no vemos ninguna razón por lo que esto no pueda igualmente aplicarse a la Iglesia de antes de la época de Constantino. Además proporciona la prueba y la evidencia de que la Iglesia no podía haber procedido por las líneas de un descenso tal como del que habla Guenón.

[4] Aperçus sur l’ésoterisme chrétien”. p. 15. Ya veremos que existen pruebas de lo contrario.

[5] Se dice que se debe conservar le forma debido a que fue instituida por Cristo (“Aperçus sur l’ésoterisme chrétienne”, p. 13), pero esto no es verdad estrictamente hablando, excepto para el Bautismo y la Eucaristía. (Nota de la Editorial: es una enseñanza de la Iglesia que todos los sacramentos fueron instituidos por Cristo. Históricamente todos ellos datan del tiempo de la primera Iglesia como se puede ver por su consistencia con respecto a la forma y a la materia, al igual que su existencia paralela en la Iglesia Griega. El término “sacramento” que significa “misterio” data de la misma fecha. Sin embargo la lista de los siete ritos como sacramentos data del final de la Edad Media. Es difícil ver lo que podría impedir que la Iglesia instituyera ritos (de naturaleza exotérica si se desea) basados en ciertos episodios de las Escrituras tales como el lavado de pies. Además también existen los sacramentales.

[6] A propos sur R. Guenón Ed. Dervy, p. 55-58. Esta fuente proporciona los hechos esenciales teológicos e históricos.

[7] Hechos 2, 37-41. San Pedro dice: “Para vosotros es esta promesa, y para vuestros hijos, y para todos los de lejos cuantos llamare a sí el Señor, Dios nuestro” (Hch 2, 39).

[8] Les traditions secrétes des Apôtres, Eranos Jahrbuch, 1962, p. 199-215.

[9] Explication du Symbole, Sources Chrétiennes, nº 25, bis, p. 57-59. Además este trabajo de S. Ambrosio no contiene el texto del Símbolo. (Nota de la Editorial: el Símbolo se refiere al Credo).

[10] Esta es la Didaché (“Enseñanza, Instrucción”); cf. Danielou, Origèn (“Orígenes”), La Table Ronde, 1948, p. 58-63. Estrictamente hablando esta “jerarquía” no estaba institucionalizada ni dependía de ningún rito de iniciación. Orígenes, antes de ser ordenado, fue uno de los didáscalos (maestros). Además, él deploraba el hecho de que la jerarquía sacerdotal y los didáscalos no estaban unidos debido a la ignorancia de los sacerdotes.

[11] Nicholas de Cues. Oeuvres choisies, Aubier, p. 355.

[12] Jean Bizet, Jean Tauler, Desclée de Brouwer, p. 45.

[13] Este es el título de un articulo de F. Schuon que apareció en Études Traditionelles nº 245, Mayo de 1940. El mismo autor ha comentado que si la Iglesia ha insertado los Santos Nombres de Jesús y María en la primera parte del Ave María ¿quién no comprendería su existencia en los textos evangélicos de los que el Ave se ha sacado?; ciertamente, estos dos Nombres son siempre invocados por los cristianos. La recitación del Rosario constituye en el sentido más riguroso, un japayoga.

[14] Contrariamente a lo que Guenón nos quería hacer entender, y debido a las cualificaciones físicas que su recepción exige al igual que por otras razones, nosotros no creemos que el Sacramento del Orden se derive de alguna antigua iniciación. Además, es un abuso del lenguaje llamar “sacerdotal” a la iniciación Brahmánica. El sacerdocio cristiano, como S. Dionisio Areopagita muestra, es a la misma vez celestial y legal, tanto esotérico como exotérico. Por otra parte, él es, “secundum ordinem Melchisedech” es decir, que como él, es “sin genealogía” y consecuentemente incapaz de constituir una casta [hereditaria]. Ordenado sobretodo para la función eclesiástica para propagar el Cuerpo Místico. Ya que la iniciación está dirigida al camino espiritual (y si no, ¿cuál es su razón de ser?), el hecho de ser un sacerdote no confiere la menor superioridad, como el ejemplo de la Virgen María, reina de los Santos, o el de S. Francisco de Asís muestran. Después de todo, si, como Guenón declara, la consagración de los reyes es una exteriorización de la iniciación caballeresca, ¿de qué posible rito es la Ordenación una exteriorización? No nos podemos extender más sobre esta cuestión que exige un gran intercambio de opiniones. Pero en cualquier caso, está claro que los ritos de la iniciación Cristiana (Bautismo, Eucaristía, Confirmación) nos proporcionan todo lo que es necesario para realizar el fin de la vida, y que la Ordenación en este aspecto, no nos proporciona nada más.

[15] Nosotros no negamos la posibilidad de que un rito tenga puramente una subsistencia formal; tal es el caso de las supersticiones. Pero tal subsistencia supone dos condiciones: que los ministros del rito no sean válidos (que ellos no tengan el poder de dar lo que pretenden dar); y que no se tenga en absoluto consciencia de la significación doctrinal del rito (lo que se llama su “intención oblativa”). Similarmente nosotros no negamos a priori la posibilidad de un rito aparentemente exotérico, pero encubriendo un contenido que es esotérico por naturaleza, ya que, como Guenón dice, es siempre lo inferior lo que simboliza a lo superior (El Simbolismo de la Cruz, p. 11). Pero, en el caso de un “descenso” (y no de una superstición), sería lo superior (la forma de la expresión esotérica) lo que simbolizaría a lo inferior (el contenido meramente exotérico), y esto es imposible.

[16] Comentario de la Editorial: el Dr. Borella está hablando evidentemente de la Iglesia Católica tradicional, y no de la desviación post-conciliar, que ha llegado al punto en que nadie sabe lo que enseña. (Debería estar claro que el Bautismo, que nos hace “miembros del Cuerpo de Cristo”, no es equivalente a una ‘bienvenida” a la comunidad Cristiana en ningún sentido secular ni sociológico).

[17] Como San Clemente de Alejandría enseñó: “Hay que comer y beber el Logos para que podamos conocer la divina Ousía (Realidad)” (Stromátesis. 66. 2).

[18] Dios siempre se da a sí mismo totalmente. Solo la “capacidad” del receptor puede “limitar su inmanencia.

[19] Algunos objetarán que el Corán también contiene la plenitud de lo Divino, que además, se da a todos, pero que solamente los verdaderos sufíes son capaces de actualizar todas las posibilidades que se hallan contenidas en él. Sobre esta base ellos argumentan que la Eucaristía necesita la comunicación de una gracia iniciática para actualizar la plenitud de la divina presencia que ésta contiene. Ahora bien, este razonamiento es falso, ya que malinterpreta la naturaleza del Corán como la de la Eucaristía. El Corán como tal no es en sí un rito, y no es como un rito que contiene la Divina Presencia. Pero se convierte en un rito (para los Musulmanes) tan pronto como es “sacramentalmente” recitado. Es obvio entonces que el “núcleo espiritual” de esta comunión con la palabra Coránica depende de las gracias recibidas poniéndolas en práctica. Por el contrario, la Eucaristía es en sí misma el rito que confiere, sobre aquéllos que la reciben, la posibilidad de una realización integral de la Divinidad, que de hecho y realmente se contiene en sí misma. Es necesario comparar lo que es comparable, como por ejemplo, la Palabra Coránica y la palabra Crística. Tal y como todo Musulmán se incorporaría al Corán, similarmente, todo cristiano debería incorporarse a Cristo, el Mediador entre Dios y el hombre, pero para efectuar esta incorporación (por la que “realizamos” lo divino) se requiere un rito: después del Bautismo y la Confirmación, que nos preparan para esto, es la Eucaristía la que nos comunica la realidad de la presencia actual de Dios, la cual podemos eventualmente hacerla penetrar en todo nuestro ser. [Comentario de la Editorial: El Bautismo no es el único pre-requisito para participar en la Eucaristía, sino que el que la recibe también debe estar “en estado de gracia”, es decir, sin pecados mortales sobre su conciencia. La Confirmación no es un pre-requisito, aunque sea en sentido guenoniano una más avanzada iniciación que hace el que la recibe sea, no solo un miembro del Cuerpo de Cristo, sino también un “soldado” de Cristo, comprometido en la Batalla Espiritual o “gran Jihad”].

[20] Nota de la Editorial: Los “Compañeros” eran gremios de trabajadores establecidos en o antes de la Edad Media, y que tenían “iniciaciones de oficio”, René Guenón creyó que estas iniciaciones eran las únicas verdaderas iniciaciones dentro del Cristianismo. Cf. sus “Études sur la Franc-maçonnerie et le Compagnonnage”, Villaine et Bellhomme - Éditions Traditionnelles, París, 1976.

[21] Initiation et réalisation spiriuelle, ch. VI, p. 134, Éditions Traditionnelles, París, 1983 y 1986.

[22] San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, Libro II, Capítulo 4.

[23] Carta a Canon A., Julio de 1906. La Hermana Elizabeth murió el día 9 de Noviembre de 1906 a la edad de 26 años; cf. M. M. Philipon, OP., La doctrine spirituelle de soeur Élizabeth de la Trinité, Desclée De Brouwer, p. 255.

[24] Aperçus sur l‘initiation, cap. XV, p. 111, op. cit.

[25] Ibídem

[26] Paul Martin-Dubost, Çankara et le Vedanta, Ed. du Seuil, p. 105; anugraha viene de anu-grah (estar de acuerdo, escoger y tener estima por las disposiciones de lo que uno desea). (Lacombe, L‘Absolute selon le Vedânta p. 317).

[27] Vishnusadpâdi 3: citado por P. Martin-Dubost, Çankara, p.97.

[28] Para el camino hacia estados superiores, análogos a los estados angélicos, véase Etienne Gilson, La Philosophie de Saint Bonaventure, p. 365. Gilson nota que el Paraíso de la Divina Comedia sigue este mismo camino. Es fácil conectar los nueve estados angélicos con los nueve mundos (o lugares de morada) de los Bodhisattwas.

[29] Traité de l’Oraison, traducido bajo el título de Leçons d’un contemplatif, por el Hermano Hausherr, Ed. Beauschesne. Nosotros hemos expuesto lo esencial de la doctrina Evagriana en nuestro libro La charité profanée. Ed. du Cedre, París, p. 396-406, que llamó la atención del Padre Stéphane.

[30] Un capitulo de Aperçus sur l‘ésotérisme Chrétien.

[31] Durante mucho tiempo Guenón también sostuvo que las doctrinas Budistas eran heterodoxas. Bajo la influencia de Marco Pallis y Ananda Coomaraswamy, Guenón modificó esta opinión antes de su muerte.

[32] Pseudo-Deny, l‘Aréopagite, Oeuvres complétes, Aubier, 1980, p. 295 y p. 33. (Hay traducción en castellano de las obras completas de S. Dionisio en la B.A.C, Obras completas del Pseudo Dionisio Areopagita Madrid, 1990, y de algunas de ellas en Antoni Bosch, editor, Los nombres divinos y otros escritos, Barcelona, 1980). Esta reedición de una obra sin publicar durante mucho tiempo hace asequible una vez más la obra de un individuo que puede ser considerado como “el Padre de los Padres” de la Iglesia.

[33] Oeuvres, p. 252.

[34] Ibid., p. 248.

[35] Ibid. p. 257.

[36] Lleva un significado psicológico hasta el punto de que haya una cierta pseudo-espiritualidad centrada solamente en la humanidad histórica de Cristo.

[37] Oeuvres, p. 325. Se debería notar que la liturgia sacramental de la que se habla en el Corpus Areopagitico no es ciertamente anterior al final del siglo IV, y que probablemente date del principio del siglo V. Esto no es de ninguna manera prejuzgar al autor del Corpus.

[38] Nota de la Editorial: En realidad, para Guenón, era el Hinduismo el modelo ideal. Sin embargo, la distinción entre esoterismo y exoterismo es específicamente islámica, y el mismo Guenón era Musulmán.

[39] “Roots of the Human Condition” (“Raíces de la Condición Humana”), World Wisdom Books, Bloomington, Indiana, 1991.

[40] Esto es precisamente lo que todos los mensajes contienen. Las distintas apariciones de la Santísima Theodikos (Madre de Dios) desde la rue du Bac hasta Garabandal han venido a recordarnos la penitencia y la oración, jejunum et oratio, la conversión y el rosario.

 

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