Peregrinus

Mi experiencia en Estella

Estella-Lizarra, el Encuentro con Dios 

 

El camino físico ya estaba en marcha, poco a poco iban pasando las etapas, los pueblo, las gentes, nuevos paisajes, nuevas sensaciones... o no tan  nuevas.

Con cada paso dejamos atrás muchas cosas pero vamos conociendo otras, y en este camino sobre todo, de nuestro yo mas profundo, de lo más hondo de nuestro ser.

Nos sirve para conocer lo más profundo, aquellas cosas que en nuestra vida normal pasan desapercibidas o las guardamos en un cajón del alma. Pueden ser traumas, problemas personales o las sensaciones más grandes y nobles de nuestra tradición más remota. Todo nuestro sentir que en esta vida lucha por salir a la luz,  de ese Sol que antaño iluminó al hombre consciente.

Caminando hacia Estella-Lizarra, la patria del carlismo, iba con mis pensamientos de pequeño hombre, buscando soluciones difíciles a fáciles problemas. Dejando que ellos, los problemas, se apoderasen de mi sentir, de mis emociones, debilitándome y alejándome del sentido real de mi peregrinación. O eso pensé yo en ese momento. Porque aquí todo vale  para nuestro crecimiento interior si miras con los ojos del Ser.

Los pensamientos se disputaban el primer puesto en mi mente. El trabajo, la familia, los amigos, el amor... ay el amor. No podía tener la mente despejada para centrarme en el paisaje por el que caminaba. Para meditar. La vida normal me cegaba, más bien cegaba los ojos del Ser, y sus sentidos turbándole con pequeños problemas, ese era mi ego. Siempre queriendo ser el centro de mis pensamientos, de mi vida.

Así fui caminado hasta toparme con el albergue. Un descanso merecido, físico y también mental. Tras una ducha reparadora veía las cosas algo más claras.

Me dispuse a dar un paseo por Estella, intentando ver dentro de mí esos cambios que vine a buscar en mi camino. Pero sin darme cuenta algo me empujaba hacia el lado contrario que el resto de peregrinos. Me dirigí al centro, paseando por esas calles llenas de nuestra historia. Subí unas escaleras y allí estaba la iglesia de Estella, San Pedro de la Rúa. Me  quede parado ante su hermosura  y  decidí  entrar. Creo que las iglesias y catedrales antiguas poseen un pedazo del cielo y de la eternidad. Y que  son lugares mágicos cargados de espiritualidad eterna, fuera del espacio y el tiempo. Y cuando te sumerges en sus entrañas otra vida crece en ti. Una vida más profunda y espiritual, fuera del mundo moderno. Porque ¿qué tiene el hombre moderno sin sus avances y su tecnología?, nada, está vacío es sólo un envoltorio. Y ¿qué es lo que queremos?, ser un muerto en vida, un ser superficial. O a lo que aspiramos es otra cosa, algo que nos sobrepasa como simples mortales, el aceptar nuestra parte divina y sagrada. Aquello que nos une con el Eterno. Porque como decía Eckart,  si somos su creación también somos Dios, pues tenemos su esencia en nosotros. Y eso es lo que buscamos, nuestro Ser divino. Todo lo que está por encima del bien y del mal.

Tras el umbral de la iglesia sentí que algo dentro de mí cambió. No era nuevo ya lo había sentido antes pero está vez era más intenso y más claro. Era una experiencia del Ser. YO me relaje sin que mi ego, derrotado en un  rincón, pudiera hacer nada. La plenitud en mi corazón era inmensa y cada vez crecía más. El gozo de mi alma no podía ser retenido por mi pecho y salía de mí haciendo participes a las pocas gentes que se hallaban en ese lugar sagrado. Las personas de mi alrededor percibían mi estado, pleno de sacralidad. Era como si un aura celestial me rodease.  

Me senté en los bancos  del final buscando el recogimiento y la soledad. Mientras contemplaba el altar y el Cristo en la cruz situado a mi derecha, comencé a meditar sobre lo profundo de nuestra existencia. Y en ese momento vi todo claro, cristalino como la nieve al derretirse. Vi el sentido de mi búsqueda y una alegría controlada se apodero de mí provocando que sin control alguno empezara a llorar de felicidad. Una sonrisa llenaba el rostro de mi alma y una sensación de paz recorría mi cuerpo y mí Ser. Ya está, me dije, siempre ha estado la respuesta en mí. Pero siempre ha habido algo más importante que retrasaba mí despertar. Pero tenía que ser así y aquí, en esta ruta mágica y sagrada del Campo de Estrellas. 

Por fin tenía claro mi camino, esta vez no hay excusas o das el cien por cien o te quedas fuera del  camino. Ya sabía como canalizar toda esa búsqueda de años ahora debía poner manos a la obra. Mi verdadero desarrollo interior, el crecimiento del Ser.

Pero no fue eso todo lo que pasó, tras algo más de una hora viendo claro en que había perdido el tiempo y hacia donde tenía que realizar mi búsqueda, decidí a modo de ofrenda o ritual dar varias vueltas alrededor de tan mágico lugar. Y de repente, para mi grata sorpresa, me encontré con una escultura de San Jorge luchando contra el dragón. Lo vi más claro todavía, vi la lucha entre mi yo, mi ego, mis pasiones y condicionamientos contra mi Ser, mi yo espiritual y sagrado. Ahí estaba, para quien quiera ver, la respuesta a todos aquellos que buscamos sin saber el qué, algo que nos llene ese vacío que hay en el alma.

Y esa repuesta reside en nosotros, para buscar el cáliz sagrado debes desprenderte de los falsos ropajes del mundo material que nos perturba y dejarte llevar por el Ser. “Nocse te ipsum” decían los griegos y ahí está la respuesta. Deja que tu sentir más puro aflore sin recelo, sin oposición de tu ego, ese pequeño dictador de las pasiones. Para que crezca lo sagrado y eterno dentro de ti que busca elevarse del fango de la mediocridad.

Así con toda mi plenitud y fuerza abandoné ese lugar que siempre llevaré en mi recuerdo y al que siempre vuelvo en mis sueños. Con la claridad de mi mente despejada ya de cualquier duda sobre cuál debe ser mi camino a seguir.

Verano de 2006

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