Textos de referencia

¿Qué es la Iniciación?

 

La personalidad, el Yo del hombre ordinario, se compone de numerosos elementos no coordinados, a menudo contradic­torios y en lucha los unos con los otros. En particular, el cons­ciente está constantemente desorientado por oscuras fuerzas que provienen ya del exterior, ya del subsuelo de la individua­lidad, del inconsciente. De este modo, como se lamenta San Pablo, «no hago el bien que quiero, sino el mal que aborrezco».

En un gran número de humanos los conflictos psicológicos conducen a la neurosis.

Los hombres ordinarios escapan a la angustia metafísica por el hecho de no tratarse de individualidades marcadas, puesto que son robots.

Sólo una minoría está predestinada al intento de resolver ar­moniosamente el desorden del yo. Por una gracia particular, al­gunos humanos (hombres o mujeres) se empeñan en el sendero de la Iniciación.

Presienten que en medio de los elementos confusos y comple­jos del Yo existe un Ello, un Centro, un Corazón, una Rosa mística. La metafísica india le llama Atman y afirma que es una chispa divina.

Ser iniciado es alcanzar ese Ello, despertar el Corazón, coger la Flor de Oro, volver a encontrar la Palabra Perdida. Todas estas metáforas (y también muchas otras) tienen el mismo sen­tido: despertar lo divino que hay en nosotros, lo que vuelve al iniciado plenamente consciente.

Conciencia que es diferente del conocimiento intelectual, pero de la que nos ofrece una aproximación la obra de arte. No se trata en modo alguno de seguir una enseñanza libresca ni oral, sino de tener el valor de obligarnos a una experiencia personal cuyo proceso escapa a las palabras.

Los ritos son, de algún modo, unos «guías» en esta carrera aventurada. Indican el buen camino; no dispensan de re­correrlo.

Aventura identificable a viajes, a combates, a «búsquedas», y de la que ciertos videntes nos han dejado simbólicos relatos, como por ejemplo La Divina Comedia, La Búsqueda del Grial, o el Viaje de los Príncipes afortunados (De Bersalde de Verville)..

Pero la experiencia iniciática acumulada durante milenios por el Genio de la Especie está también escondida en el folklore: cuentos de hadas y mitologías.

Se trata, pues, de empeñarse en una vía difícil en la que se encuentran obstáculos, por la que se entrecruzan falsas pistas, en que se han tendido trampas, en que se combate a enemigos, pero también se reciben ayudas sobrenaturales. Así, de etapa en etapa, se libera a la Princesa, se encuentra el Grial, etc.

Para arriesgarse a esta experiencia resulta esencial la ayuda de un Maestro que haga suya la divisa del Maestro Janus: «Yo no enseño, despierto» (Äxel, de Villiers de l’Isle-Adam).

Al final de un cierto aprendizaje, el buscador debe trabajar solo. A veces, el Maestro vuelve durante el último combate y asegura la victoria definitiva.

Al principio el neófito siente cuán complejo es su YO. Descubre que la razón, la voluntad, la erudición, no le prestarán socorro alguno. Mira de frente sus SOMBRAS. Después lucha, se confronta con cada elemento de su YO. También combate con monstruos interiores. Vence, no para eliminar, sino para disciplinar.

Tras alternativas de victorias y derrotas, alcanza al fin su Ello. Entonces una transmutación instantánea se produce en él. Todos los metales se convierten en oro. Lo que estaba disperso se ordena y jerarquiza. El YO y el ELLO se unen estrechamente, amorosamente, como el Rey y la Reina de las leyendas alquímicas. Estado trascendente que se califica de Paz Profunda, de Santo Imperio, de Jerusalén celeste, etc. Lo que está arriba es como lo que está abajo.

Diremos que un iniciado es un hombre reconciliado consigo mismo y que esta reconciliación tiene lugar en torno a la chispa divina que brilla en cada uno de nosotros.

El Caballero ve intervenir a lo largo de esta búsqueda, a su favor o en su contra, a ciertas Entidades, que provienen, ya de otros planos cósmicos, ya de zonas oscuras del Yo. Estos «Agentes Desconocidos» son un espíritu vivo (Vírgenes, Gue­rreros, Monstruos, Sabios, Ogros, etc.), o bien se simbolizan en la visión interior por figuras misteriosas y números sagrados (el Círculo, el Triángulo, el Tres, el Cinco, el Siete, el Doce, etcétera). Por último, otras potencias cósmicas escapan a toda imagen o símbolo. Se las siente sin poderlas nombrar. Estas «Fuerzas» escapan a las tiranías del Tiempo y del Espacio y de las limitaciones racionales.

Quien se compromete en la Vía no puede saber de antemano dónde terminará, cuándo y cómo triunfará. Pero ningún es­fuerzo será baldío.

El proceso iniciático no está, por otra parte, exento de riesgo. Al comienzo causa una sacudida del YO y puede poner en cuestión falsos valores. En ese caso es muy de temer el ame­drentarse, así como abandonar.

Aún más grave por más sutil: engañarse y tomar un elemento superior del YO por el ELLO.

Se pierde uno también en una vía sin salida cuando se aban­dona el objeto esencial por ventajas secundarias‑ cuando se contenta con adquirir poderes de vidente, de curación, etc., en lugar de tender al Fin.

Por otro lado, la obediencia afectuosa a los Guías, la lucidez, la sinceridad hacia uno mismo apartan esos riesgos.

Cuando el buscador, tras haber perseverado y sufrido, llega a ser un Iniciado, cuando el Hombre del torrente, tras haber sido Hombre del Deseo, alcanza el estado de Hombre‑ Espíritu, ¿qué sucede?

Adquiere, sin haberlo buscado, una intuición infalible. sobre todo, escapa a las servidumbres de la condición humana. EL ES.

En un plano menos elevado, esta plenitud existencial, esta liberación, da al iniciado un tono vital que le permite vivir mejor y a quien dicen mucho los niños, los animales, los intui­tivos... Lejos de atrincherarse en una torre de marfil, se incor­pora a la vida, donde tiene éxito en todo, porque, como ha dicho un iniciado, «lo que queremos se cumple porque quere­mos lo que debe ser» (Cf. Philosophia perennis, de Aldous Huxley).

La voluntad individual no es entonces más que una emana­ción de la voluntad de Dios. No se plantea ya los problemas correspondientes al libre albedrío, así los de la tentación y el pecado. Se ignora el terror de la Muerte.

El iniciado resplandece sobre su entorno inmediato y media­to. Es un Justo, uno de esos Justos cuya presencia hubiera sal­vado a Sodoma de la destrucción. Descuida el Poder Temporal, pero detenta la Autoridad Espiritual.

Entre los iniciados de todos los tiempos y de todos los países existe una unión mística que no tiene, claro está, ninguna ex­presión administrativa. Ella es la que mantiene en este mundo una vibrante armonía. Es ella la que construye el Arca que dispondrá los mundos futuros tras la liquidación del presente ciclo. Los iniciados están ligados entre sí por el secreto, secreto que, por esencia y no por disciplina, es incomunicable a los hombres comunes.

Rituales e iniciaciones en las Sociedades Secretas”, Pierre Mariel. Espasa-Calpe, 1978.

 

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