Textos

"Así habló Zarathustra" de Nietzsche

como obra iniciática

Prologo comentado

 1

 

Cuando Zarathustra tenía treinta años abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad, y durante diez años no se cansó de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó, —y una mañana, levantándose con la aurora, se colocó delante del sol y le habló así:

“¡Oh gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras aquellos a quienes iluminas!

La invocación inicial al sol revela el sentido luminoso-solar e hiperbóreo de toda la obra. Es la marca necesaria de un camino superior, un camino, por tanto, iniciático.

Durante diez años has venido subiendo hasta mi caverna: sin mí, mi águila y mi serpiente tú te habrías hartado de tu luz y de este camino.

Hablando cara a cara a la Divinidad. ¿Qué sería de Ella, y de su Luz, si no existiera el Hombre superior? Día a día necesita encontrar al Hombre, en su caverna, en su Oscuridad. Díez años ha tardado Zarathustra, en esta primera transformación. Diez años ha estado en contacto directo con su ser esencial para ejecutar su primera transformación.

Pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te bendecíamos por ello.

¡Mira! Yo estoy hastiado de mi sabiduría como la abeja que ha recogido demasiada miel, yo tengo necesidad de manos que se extiendan.

Es la denotación de un camino de conocimiento, un camino que necesita el irradiar al exterior, la creación. No es un camino místico que pretende llevar a Hombre al aislamiento para unirse a “no se sabe qué”.

Me gustaría regalar y repartir hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a regocijarse con su locura, y los pobres, con su riqueza.

        Para ello tengo que bajar a la profundidad: como haces tú por la tarde cuando traspones el mar llevando luz incluso al submundo, ¡astro inmensamente rico!

Habla de descenso a las tinieblas de las profundidades internas. Sólo el iniciado es capaz de ello sin verse afectado, sin destruirse.

Yo, lo mismo que tú, tengo que hundirme en mi ocaso, como dicen los hombres a quienes quiero bajar. ¡Bendíceme, pues, ojo tranquilo, capaz de mirar sin envidia incluso una felicidad demasiado grande!

Asimila sus propias tinieblas, su ocaso, a la bajada hacia los hombres. Y le habla al sol como su propio Sí mismo, a su Ser. Sabe que verá allá abajo gente demasiado feliz en su bajo mundo, y se encomienda a ese “ojo tranquilo”, que es su Ser, que no se inmutará por nada, ni sabe lo que es la envidia.

         ¡Bendice la copa que quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro llevando a todas partes el resplandor de tus delicias!

¡Mira! Esta copa quiere vaciarse de nuevo, y Zarathustra quiere volver a hacerse hombre”.

Así comenzó el ocaso de Zarathustra.

La copa, símbolo del espíritu repleto y realizado, cuyo contenido es oro puro. El quiere mostrarlo en su resplandor. Quiere crear, quiere despertar a otros. Para ello debe vaciarse, y debe volver a ser “hombre”. Pero esta vez sólo será hombre en apariencia. Él ya ha despertado.

 

2

 

Zarathustra bajó solo de las montañas sin encontrar a nadie. Pero cuando llegó a los bosques surgió de pronto ante él un anciano que había abandonado su santa choza para buscar raíces en el bosque. Y el anciano habló así a Zarathustra:

No me es desconocido este viajero: hace algunos años pasó por aquí. Zarathustra se llamaba; pero se ha transformado.

El anciano representa la sabiduría humana. En este caso se trata de alguien que ha abandonado el mundo y ha escogido lo que podría decirse una vía tradicional mística. Y es capaz de ver que Zarathustra ya no es el mismo de antes. Aunque, por ser el misticismo un camino inferior al de la iniciación, no acaba de saber muy bien lo que le sucedió...

Entonces llevabas tu ceniza a la montaña: ¿quieres hoy llevar tu fuego a los valles? ¿No temes los castigos que se imponen al incendiario?

El anciano reconoce en Zarathustra a alguien superior. Le habla de las cenizas como símbolo de aquello que había quemado en su vida combativa. Al hablar de cenizas, se refiere a los restos tras la purificación por el fuego. Le recuerda la persecución que sufren aquellos que son superiores y que no se callan ante los demás, en los valles, en la civilización mundana.

Sí, reconozco a Zarathustra. Puro es su ojo, y en su   boca no se oculta náusea alguna. ¿No viene hacia acá como un bailarín? Zarathustra está transformado, Zarathustra se ha convertido en un niño, Zarathustra es un despierto: ¿qué quieres hacer ahora entre los que duermen?

Reconoce la paz interior del iniciado, en su mirada, y en su boca, es decir, no maldice nada, ni se lamenta de sus pesares. Quizás le comenta lo del bailarín refiriéndose a una posible exhibición ante los demás. Al decir que se ha transformado en niño, se está refiriendo a que ha vuelto a nacer en una vida superior. Ha despertado.

En la soledad vivías como en el mar, y el mar te llevaba. Ay, ¿quieres bajar a tierra? Ay, ¿quieres volver tú mismo a arrastrar tu cuerpo?

La alusión al mar es una referencia a lo mental, a lo meditativo, a la vida pasiva y contemplativa, que puede tener su momento, pero que por sí sola no da resultados en la iniciación. Bajar a la tierra, es volver a ser hombre, y volver arrastrar el cuerpo, es volver a actuar como una persona normal, cuando ya había abandonado y superado ese concepto. El anciano no entiende que quiera volver a “vivir como antes”, porque no sabe que, como fruto de la transformación, aunque lo parezca, nunca hará las mismas cosas ni de la misma manera.

         Zarathustra respondió: «Yo amo a los hombres».

¿Por qué, dijo el santo, me marché yo al bosque y a las soledades? ¿No fue acaso porque amaba demasiado a los hombres? Ahora amo a Dios: a los hombres no los amo. El hombre es para mí una cosa demasiado imperfecta. El amor al hombre me mataría.

Ratificación de que el anciano es un místico entregado a Dios.

 Zarathustra respondió: «¡Qué dije amor! Lo que yo llevo a los hombres es un regalo».

Zarathustra rectifica, el regalo que lleva a los hombres es mucho mayor que el amor, es la iniciación.

No les des nada, dijo el santo. Es mejor que les quites alguna cosa y que la lleves a cuestas junto con ellos —eso será lo que más bien les hará: ¡con tal de que te haga bien a ti!

¡Y si quieres darles algo, no les des más que una limosna, y deja que además la mendiguen!

El anciano le está sugiriendo que se convierta en un gurú sectario, que robe la libertad de sus discípulos y que les haga seguirle a él durante toda su vida, y que les dé pequeñas recompensas para sentirse agraciados junto a él.

«No, respondió Zarathustra, yo no doy limosnas. No soy bastante pobre para eso».

Se refiere a otro tipo de pobreza, a la pobreza espiritual. Él es rico en su interior y, `por tanto, incapaz de engañar. Dedicarse a dar limosnas vulgares es porque no se tiene algo mejor que dar, y se debe ser muy pobre para ello..

El santo se rió de Zarathustra y dijo: ¡Entonces cuida de que acepten tus tesoros! Ellos desconfían de los eremitas y no creen que vayamos para hacer regalos.

Nuestros pasos les suenan demasiado solitarios por sus callejas. Y cuando por las noches, estando en sus camas, oyen caminar a un hombre mucho antes de que el sol salga, se preguntan: ¿a dónde irá el ladrón?

¡No vayas a los hombres y quédate en el bosque! ¡Es mejor que vayas incluso a los animales! ¿Por qué no quieres ser tú, como yo, —un oso entre los osos, un pájaro entre los pájaros?

El santo intenta tratarlo como a uno de los suyos. Sólo refleja que ni siquiera ha conseguido su pretendido grado de misticismo. Es demasiado humano, sigue doliéndole la actitud del mundo. Le afecta que le llamen ladrón cuando va por las calles. De esta manera revela que la huida a la montaña no le ha supuesto más que huir de sí mismo. Y si habla de los animales es precisamente porque no los entiende.

«¿Y qué hace el santo en el bosque?», preguntó Zarathustra.

El santo respondió: Hago canciones y las canto, y, al hacerlas, río, lloro y gruño: así alabo a Dios.

Cantando, llorando, riendo y gruñendo alabo al Dios que es mi Dios. Mas ¿qué regalo es el que tú nos traes?

La respuesta del santo no indican más que una incapacidad espiritual evidente. Podría decirse que lo único que hace en el bosque es tan solo “perder el tiempo”, en el sentido más elevado que pueda encontrarse. Cuando le pregunta por el regalo, cree que se trata de algo material o de algo con lo que beneficiarse.

Cuando Zarathustra hubo oído estas palabras saludó al santo y dijo: «¡Qué podría yo daros a vosotros! ¡Pero déjame irme aprisa, para que no os quite nada!» —Y así se separaron, el anciano y el hombre, riendo como ríen los niños.

La respuesta de Zarathustra demuestra que entiende que el anciano no sabe de qué regalo se trata, es decir no es iniciable, y al sugerirle que podría más bien “quitarle” algo tampoco se refiere a algo material, sino que podría dejarlo “herido” con algún gesto, alguna palabra. Era este santo tan poco consistente que poca cosa hubiese bastado para robarle el mundo entero.

Mas cuando Zarathustra estuvo solo, habló así a su corazón: «¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto!»

Por primera vez aparece la expresión de que “Dios ha muerto”. Sin lugar a dudas, no tiene nada que ver con lo que la gente vulgar entiende al pie de la letra. Podría “explicarse” de alguna manera diciendo que para el iniciado, toda la concepción anterior de su mundo y de todas las cosas, mueren en la muerte iniciática, anterior al nuevo nacimiento. Para él, ese mundo y ese Dios, ya han pasado. Es a la vez como una renuncia de un Dios que se sugiere tan lejos del hombre, tan distante. Para el iniciado, el concepto de Divinidad es la amplitud total, y él es una parte de la misma. 

 

3

 Cuando Zarathustra llegó a la primera ciudad, situada al borde de los bosques, encontró reunida en el mercado una gran muchedumbre: pues estaba prometida la exhibición de un volatinero. Y Zarathustra habló así al pueblo:

Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo?

Es ésta una alocución un tanto extraña en una disertación callejera. Pero hay que entender que estas palabras son alegóricas, como toda esta gran obra. Zarathustra está mostrando, con todo su ser, su mensaje. Ese mensaje, expresado con palabras o con su simple presencia, es algo extraño para los demás.

Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de ellos mismos: ¿y queréis ser vosotros el reflujo de esa gran marea, y retroceder al animal más bien que superar al hombre?

¿Qué es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y justo eso es lo que el hombre debe ser para el superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa.

Habéis recorrido el camino que lleva desde el gusano hasta el hombre, y muchas cosas en vosotros continúan siendo gusano. En otro tiempo fuisteis monos, y aun ahora es el hombre más mono que cualquier mono.

No hay que entender en todo esto ninguna pretensión evolucionista o reencarnacionista. Está refiriéndose a los diferentes estadios del ser, simbolizados en animales inferiores. Al decir que hoy el hombre es más mono, está refiriéndose precisamente al estado de involución que se está viviendo en estos tiempos.

Y el más sabio de vosotros es tan sólo un ser escindido, híbrido de planta y fantasma. Pero ¿os mando yo que os convirtáis en fantasmas o en plantas?

Hace alusión a los que se creen que saben algo, y que no hacen sino demostrar un estado de división interna patente. El falso intelectual que al final, en el mejor de los casos, se encuentra que no ha llegado a ningún sitio. Lo que podía ser un Hombre, actúa como una simple planta, y lo que podría ser espíritu es tan solo un fantasma.

¡Mirad, yo os enseño el superhombre!

El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra!

¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no.

Incitación a volver al estado primordial. El recuerdo del pasado, encerrado en toda la naturaleza. El sentido de la tierra se manifestará en cada uno a través de la sangre. Ser fieles a la tierra es ser fieles a la tradición y a la estirpe. Hay que estar contra las promesas de salvaciones eternas sobreterrenales, porque éstas no existen. Son meros montajes psicológicos de los últimos tiempos para las personas involucionadas en los más bajos estadios de los gusanos.

Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!

En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con El han muerto también esos delincuentes. ¡Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra y apreciar las entrañas de lo inescrutable más que el sentido de aquélla!

Cuando Dios existía, aún había un orden. Los mismos envenenadores de la tierra han acabado con su propio Dios, aunque aún no lo saben, siendo el peor delito el delinquir contra lo único que nos queda, nuestra tierra y nuestro mundo.

En otro tiempo el alma miraba al cuerpo con desprecio y ese desprecio era entonces lo más alto: —el alma quería el cuerpo flaco, feo, famélico. Así pensaba escabullirse del cuerpo y de la tierra.

Ha sido ese misticismo exotérico y religioso de los últimos siglos el que ha abusado en su desprecio máximo del cuerpo y de la tierra. La hasta ahora falta de luz y de conocimiento la lleva Zarathustra con la iluminación iniciática.

¡Oh!, también esa alma era flaca, fea y famélica: ¡y la crueldad era la voluptuosidad de esa alma!

Han sido esos que se las daban de místicos los más crueles contra lo existente, contra toda criatura y contra ellos mismos, esos poseedores de cuerpos feos y almas feas

Mas vosotros también, hermanos míos, decidme: ¿qué anuncia vuestro cuerpo de vuestra alma? ¿No es vuestra alma acaso pobreza y suciedad y un lamentable bienestar.

El cuerpo como reflejo de alma, habla por ésta y expresa lo que es. Es una pobreza no económica lo que expresa el cuerpo, y una suciedad no necesariamente visible. Pero sobre todo un bienestar es el ideal.

En verdad, una sucia corriente es el hombre. Es necesario ser un mar para poder recibir una sucia corriente sin volverse impuro.

Mirad, yo os enseño el superhombre: él es ese mar, en él puede sumergirse vuestro gran desprecio.

El superhombre es la meta, el océano donde acaba ese sucio río que es el hombre.

¿Cuál es la máxima vivencia que vosotros podéis tener? La hora del gran desprecio. La hora en que incluso vuestra felicidad se os convierta en náusea, y eso mismo ocurra con vuestra virtud.

Sería pues el momento del inicio del despertar. En ese momento, lo que era felicidad y virtud, se convierte en nauseabundo y despreciable.

La hora en que digáis: “¡Qué importa mi felicidad! Es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar. ¡Sin embargo, mi felicidad debería justificar incluso la existencia!”

La hora en que digáis: «¡Qué importa mi razón! ¿Ansía ella el saber lo mismo que el león su alimento? ¡Es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar!»

La hora en que digáis: «¡Qué importa mi virtud! Todavía no me ha puesto furioso. ¡Qué cansado estoy de mi bien y de mi mal! ¡Todo esto es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar!»

La hora en que digáis: «¡Qué importa mi justicia! No veo que yo sea un carbón ardiente. ¡Mas el justo es un carbón ardiente!»

La hora en que digáis: «¡Qué importa mi compasión! ¿No es la compasión acaso la cruz en la que es clavado quien ama a los hombres? Pero mi compasión no es crucifixión.»

Son aquí rechazados los convencionales conceptos de felicidad, razón, virtud, justicia y compasión. El superhombre debe prescindir de ellos, porque sencillamente no los necesita. Al decir que su compasión no es crucifixión da a entender que su amor a los hombre es “otro”.

¿Habéis hablado ya así? ¿Habéis gritado ya así? ¡Ah, ojalá os hubiese yo oído ya gritar así!

¡No vuestro pecado —vuestra moderación es lo que clama al cielo, vuestra mezquindad hasta en vuestro pecado es lo que clama al cielo!

¿Dónde está el rayo que os lama con su lengua? ¿Dónde la demencia que habría que inocularos?.

Mirad, yo os enseño el superhombre: ¡él es ese rayo, él es esa demencia! —

Un grito contra la pasividad y el conformismo. ¡El pecado! ¡Qué estupidez la del pecado! Pero hasta los que no creen en los pecados tienen miedo de pecar. La moderación, el miedo a pecar. La moderación, el miedo a la locura. ¡Hay que ser un rayo!

Cuando Zarathustra hubo hablado así, uno del pueblo gritó: «Ya hemos oído hablar bastante del volatinero; ahora, ¡veámoslo también!» Y todo el pueblo se rió de Zarathustra. Mas el volatinero, que creyó que aquello iba dicho por él, se puso a trabajar.

Se produce aquí la famosa situación de “echarle perlas a los cerdos”. Quien no es no está preparado para ser.

  

 

Mas Zarathustra contempló al pueblo y se maravilló. Luego habló así:

El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, — una cuerda sobre un abismo.

Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse.

Está definiendo al hombre como algo que hay que ser previamente. El superhombre sería el final del camino iniciático del conocimiento. El hombre sería el que empieza a caminar y a usar la conciencia, es decir que la mayoría de personas no tendrían ni la categoría simple de hombre. Estarían en el estadio simbólico animaloide o humanoide. Considera a hombre a aquel en estadio de guerrero. La cuerda sobre el abismo, la tiende el mismo guerrero. Es la vía del héroe que coge el otro extremo de su cuerda con su propia mano. No puede parar, ni mirar atrás, ni dudar.

La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso.

Es importante esa idea del hombre como tránsito, algo sujeto a un tiempo y a una época, pero que no debe quedarse en esa época, no debe quererse “quedar” ni identificarse con el momento. A continuación relata lo que sería algo así como las nuevas “virtudes” del nuevo hombre.

Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso, pues ellos son los que pasan al otro lado.

Podrían ser los luchadores que trabajan y combaten sin mirar sus propios intereses.O los que se lanzan decididamente a reconciliarse con su oscuridad.

Yo amo a los grandes despreciadores, pues ellos son los grandes veneradores, y flechas del anhelo hacia la otra orilla.

Aquellos que no sienten el apego por lo que obran.

Yo amo a quienes, para hundirse en su ocaso y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las estrellas: sino que se sacrifican a la tierra para que ésta llegue alguna vez a ser del superhombre.

Aquellos que no buscan una recompensa en ningún Más Allá.

Yo amo a quien vive para conocer, y quiere conocer para que alguna vez el superhombre viva. Y quiere así su propio ocaso.

Aquél que se entrega al auténtico camino del conocimiento, buscando su propia superación.

Yo amo a quien trabaja e inventa para construirle la casa al superhombre y prepara para él la tierra, el animal y la planta: pues quiere así su propio ocaso.

Aquel que sólo vive para prepararse su propio despertar a través de todo lo que le rodea.

Yo amo a quien ama su virtud: pues la virtud es voluntad de ocaso y una flecha del anhelo.

Aquel que tiene una virtud como convicción vital, y no como decoración.

Yo amo a quien no reserva para sí ni una gota de espíritu, sino que quiere ser íntegramente el espíritu de su virtud: avanza así en forma de espíritu sobre el puente.

Aquel que en su caminar se identifica plenamente con su ser.

Yo amo a quien de su virtud hace su inclinación y su fatalidad: quiere así, por amor a su virtud, seguir viviendo y no seguir viviendo.

Aquel que nunca cambia, aquel que por lo que vive, muere. El que es simplemente fiel.

Yo amo a quien no quiere tener demasiadas virtudes. Una virtud es más virtud que dos, porque es un nudo más fuerte del que se cuelga la fatalidad.

Tener una sola virtud puede significar la unidad, y la unidad es el Ser. Significa evitar la multiplicidad, enfocando el ser en una misma dirección: la iluminación. Y una vez más sólo una virtud: la Fidelidad.

Yo amo a aquel cuya alma se prodiga, y no quiere recibir agradecimiento ni devuelve nada: pues él regala siempre y no quiere conservarse a sí mismo.

Aquel que vive para dar y para crear. Porque su vida ya es un continuo dar, ya es un continuo crear.

Yo amo a quien se avergüenza cuando el dado, al caer, le da suerte, y entonces se pregunta: ¿acaso soy yo un jugador que hace trampas? — pues quiere perecer.

Aquel que sabe depender enteramente de sí mismo, sin pretender el conseguir nada que no sea suyo, ni un minuto de vida más de lo que le corresponda. Que no se lamenta de malas suertes sino que creas las suyas propias.

Yo amo a quien delante de sus acciones arroja palabras de oro, y cumple más de lo que promete: pues quiere su ocaso.

Aquel que va delante y que por ir dándolo todo, nadie sabría cómo pagarle.

Yo amo a quien justifica a los hombres del futuro y redime a los del pasado: pues quiere perecer a causa de los hombres del presente.

Aquel que ama a los suyos y a su estirpe.

Yo amo a quien castiga a su dios porque ama a su dios: pues tiene que perecer por la cólera de su dios.

Aquel que pueda tener un dios y pueda permitirse el lujo de castigarlo.

Yo amo a aquel cuya alma es profunda incluso cuando se le hiere, y que puede perecer a causa de una pequeña vivencia: pasa así de buen grado por el puente.

Aquel que vive profundamente un instante profundo de su vida, más que por el dolor o el goce, por quedarse solo. De golpe se encuentra a la otra orilla del puente.

Yo amo a aquel cuya alma está tan llena que se olvida de sí mismo, y todas las cosas están dentro de él: todas las cosas se transforman así en su ocaso.

Aquel que ha acumulado un alto grado de sabiduría, y que por ello todas las cosas en el le llevan directamente a la meta.

Yo amo a quien es de espíritu libre y de corazón libre: su cabeza no es así más que las entrañas de su corazón, pero su corazón lo empuja al ocaso.

Aquel que, por encima de todo, sabe oír la voz de su interior. Es el interior quien les conducirá al ocaso, es decir a la muerte iniciática y, por tanto al nuevo nacimiento: el superhombre.

Yo amo a todos aquellos que son como gotas pesadas que caen una a una de la oscura nube suspendida sobre el hombre: ellos anuncian que el rayo viene, y perecen como anunciadores.

Mirad, yo soy un anunciador del rayo y una pesada gota que cae de la nube: mas ese rayo se llama super­hombre. —

Se define él mismo. Es el que ha de venir. Y ha de venir dentro de cada uno. Es un rayo ante el que se despierta o se perece, o ambas cosas a la vez.

 

5

 

Cuando Zarathustra hubo dicho estas palabras contempló de nuevo el pueblo y calló: «Ahí están», dijo a su corazón, «y se ríen: no me entienden, no soy yo la boca para estos oídos.

¿Habrá que romperles antes los oídos, para que aprendan a oír con los ojos? ¿Habrá que atronar igual que timbales y que predicadores de penitencia? ¿0 acaso creen tan sólo al que balbucea?

Nadie le entiende porque él habla otro lenguaje superior. Si no dijese nada trascendente, si sólo dijese estupideces o hiciera reír al público, entonces todos le aclamarían.

Tienen algo de lo que están orgullosos. ¿Cómo llaman a eso que los llena de orgullo? Cultura lo llaman, es lo que los distingue de los cabreros.

Piensan que saben leer y se creen superiores. Llaman cultura a esa serie de datos que, en realidad, no sirve para nada y que usan como auténtico pasatiempos.

Por esto no les gusta oír, referida a ellos, la palabra 'desprecio'. Voy a hablar, pues, a su orgullo.

Voy a hablarles de lo más despreciable: el último hombre».

El orgullo es algo a lo que se puede reclamar para que el hombre preste atención. Hacerle creer que aún mantiene un valor dentro de sí para usarlo a favor de un destino superior, porque realmente pueda ser cierto.

Y Zarathustra habló así al pueblo:

Es tiempo de que el hombre fije su propia meta. Es tiempo de que el hombre plante la semilla de su más alta esperanza.

Se alude al hombre que sabe escuchar para alentarle en un camino de superación que, sin saber aún de qué se trata, su orgullo positivo lo ha de transformar, por obligación, en una gran esperanza.

Todavía es bastante fértil su terreno para ello. Mas algún día ese terreno será pobre y manso, y dé él no podrá ya brotar ningún árbol elevado.

Se le reconoce aún un valor actual: todavía puede reaccionar. Después podría ser demasiado tarde.

¡Ay! ¡Llega el tiempo en que el hombre dejará de lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en que la cuerda de su arco no sabrá ya vibrar!

Alusión por una parte a la oscura época actual y, por otra, a la etapa en que el hombre, ya demasiado maduro, puede haber perdido todo anhelo y toda esperanza. Es en la época de juventud donde se traza el camino a seguir.

Yo os digo: es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina. Yo os digo: vosotros tenéis todavía caos dentro de vosotros.

De ninguna manera se refiere a lo que vulgarmente caótico, sino al caos del hombre ansioso e intrépido, el buscador, el conquistador. Un caos que puede ser ordenado a través de la conquista de un orden superior. Zarathustra viene a ordenar el caos de cada uno.

¡Ay! Llega el tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella. ¡Ay! Llega el tiempo del hombre más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a sí mismo.

¡Mirad! Yo os muestro el último hombre.

Es el signo de los tiempos. El hombre cada vez más estéril, es incapaz de crear, y menos aún, de crearse a sí mismo. Se refiere al “último hombre”, a aquél que debe encaminarse a su ocaso, a su superación.

'¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es estrella?' —así pregunta el último hombre, y parpadea.

Ninguna de estas palabras “claves” le acaba por decir nada. Al parpadear podría indicar una actitud de indiferencia. Se queda tan tranquilo...

La tierra se ha vuelto pequeña entonces, y sobre ella da saltos el último hombre, que todo lo empequeñece. Su estirpe es indestructible, como el pulgón; el último hombre es el que más tiempo vive.

Este último hombre se ha convertido en una plaga y se ha hecho longevo y resistente. Se resiste a su necesario ocaso. La tierra le pide su fin.

'Nosotros hemos inventado la felicidad' —dicen los últimos hombres, y parpadean.

La felicidad, el bienestar, es la filosofía del último hombre, aquel que huye de su ocaso.

Han abandonado las comarcas donde era duro vivir: pues la gente necesita calor. La gente ama incluso al vecino, y se restriega contra él: pues necesita calor.

Es el miedo a la soledad, el amor al bullicio, el miedo a sí mismo, el miedo al ocaso.

Enfermar y desconfiar considéranlo pecaminoso: la gente camina con cuidado. ¡Un tonto es quien sigue tropezando con piedras o con hombres!

Se va con precaución en cada paso de la vida e incluso al salir de su propia guarida.

Un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener un morir agradable.

La necesaria gran vivencia que rompe los moldes de la mente. El veneno de la comodidad. El cultivo de la ilusión vana y del entretenimiento... y el morir en una cama caliente.

La gente continúa trabajando, pues el trabajo es un entretenimiento. Mas procura que el entretenimiento no canse.

Pues si cansara podría hacernos pensar o tener una sensación excesivamente trascendente. Es mejor no trabajar, pero si no hay más remedio, al menos que no canse.

La gente ya no se hace ni pobre ni rica: ambas cosas son demasiado molestas. ¿Quién quiere aún gobernar? ¿Quién aún obedecer? Ambas cosas son demasiado molestas.

Es el triunfo de la mediocridad. Nadie quiere ser malo, pero para ser bueno hay que ser esforzarse demasiado. Para ser rico habrá que aplastar mucha gente y muchas cosas. Para ser pobre hay que dejarse aplastar por mucha gente y muchas cosas. Mejor ni una cosa ni la otra. Lo cómodo es ser del montón, del rebaño.

¡Ningún pastor y un solo rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio.

Alusión a los idealistas, que son marcados o autoexcluidos del rebaño.

`En otro tiempo todo el mundo desvariaba' —dicen los más sutiles, y parpadean.

Referencia a las épocas pasadas en las que la gente luchaba aún por algo. “Estaban locos”.

Hoy la gente es inteligente y sabe todo lo que ha ocurrido: así no acaba nunca de burlarse. La gente continúa discutiendo, mas pronto se reconcilia —de lo contrario, ello estropea el estómago.

Es el tan famoso diálogo. Se puede discutir de todo. Pero cuidado con intentar matarse, pues entonces podría parecer que se cree en ideas verdaderas. Lo importante es comer todos juntos, una buena siesta, y después, si place, volver a discutir. Es la falsedad que reina por todas partes. Tengamos grandes ideas, pero cuidado que no dañen la salud...

La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero honra la salud.

'Nosotros hemos inventado la felicidad' —dicen los últimos hombres, y parpadean».—

El pequeño placer satisface. Un gran placer es costoso y podría dar que pensar. Podría surgir una gran idea.

 

Y aquí acabó el primer discurso de Zarathustra, llamado también «el prólogo»: pues en este punto el griterío y el regocijo de la multitud lo interrumpieron. «¡Danos ese último hombre, Zarathustra, —gritaban— haz de nosotros esos últimos hombres! ¡El superhombre te lo regalamos!» Y todo el pueblo daba gritos de júbilo y chasqueaba la lengua. Pero Zarathustra se entristeció y dijo a su corazón:

No me entienden: no soy yo la boca para estos oídos.

Sin duda he vivido demasiado tiempo en las montañas, he escuchado demasiado a los arroyos y a los árboles: ahora les hablo como a los cabreros.

El último hombre solo se prefiere a sí mismo en su versión más baja. Bajos anhelos, mucho miedo y pensar es doloroso.

Inalterable es mi alma, y luminosa como las montañas por la mañana. Pero ellos piensan que yo soy frío, y un burlón que hace chistes horribles.

Y ahora me miran y se ríen: y mientras ríen, continúan odiándome. Hay hielo en su reír.

No hay solución. No oyen ni entienden. ¿Acaso saben odiar? Seguro que tampoco reír...

  

6

  

        Pero entonces ocurrió algo que hizo callar todas las bocas y quedar fijos todos los ojos. Entretanto en efecto, el volatinero había comenzado su tarea: había salido de una pequeña puerta y caminaba sobre la cuerda, la cual estaba tendida entre dos torres colgando sobre el merca do y el pueblo. Mas cuando se encontraba justo en la mitad de su camino, la pequeña puerta volvió a abrirse y un compañero de oficio vestido de muchos colores, igual que un bufón, saltó fuera y marchó con rápidos pasos detrás del primero. «Sigue adelante, cojitranco, gritó su terrible voz, sigue adelante, ¡holgazán, impostor, cara de tísico! ¡Que no te haga yo cosquillas con mi talón! ¿Qué haces aquí entre torres? Dentro de la torre está tu sitio, en ella se te debería encarcelar, ¡cierras el camino a uno mejor que tú!» —Y a cada palabra se le acercaba más y más: y cuando estaba ya a solo un paso detrás de él ocurrió aquella cosa horrible que hizo callar todas las bocas y quedar fijos todos los ojos: —lanzó un grito como si fuese un demonio y saltó por encima de quien le obstaculizaba el camino. Mas éste, cuando vio que su rival le vencía, perdió la cabeza y el equilibrio; arrojó su balancín y, más rápido aún que éste, se precipitó hacia abajo como un remolino de brazos y de piernas. El mercado y el pueblo parecían el mar cuando la tempestad avanza: todos huyeron apartándose y atropellándose, sobre todo allí donde el cuerpo tenía que estrellarse.

La figura del volatinero es muy especial en este relato. Vendría a representar a aquel individuo que, sin ser de una categoría aparentemente especial, se juega la vida, en el fondo, por nada, inútilmente, como tantas personas que se dejan la vida por causas intrascendentes y estériles. El público puede llegar a aplaudirles, pero nadie da nada por ellos. También son “unos locos”.

Zarathustra, en cambio, permaneció inmóvil, y justo a su lado cayó el cuerpo, maltrecho y quebrantado, pero no muerto todavía. Al poco tiempo el destrozado recobró consciencia y vio a Zarathustra arrodillarse junto a él. “¿Qué haces aquí? dijo por fin, desde hace mucho sabía yo que el diablo me echaría la zancadilla. Ahora me arrastra al infierno: ¿quieres tú impedírselo?”.

“Por mi honor, amigo, respondió Zarathustra, todo eso que hablas no existe: no hay ni diablo ni infierno. Tu alma estará muerta más pronto aún que tu cuerpo: ¡no temas nada, pues.”

Zarathustra intenta ayudarle con la despiadada realidad, no con el consuelo fácil y falso. Quiere entregarle el regalo trágico de su propia muerte, sin falsas esperanzas. Por ello le revela que el alma también es mortal. Si bien el cuerpo muere, con sus sensaciones de dolor y placer, también el alma sucumbe con sus aspectos emotivos y sentimentales. De haber algo de inmortal en él, sería lo equivalente al espíritu, el cual era el integrador de toda su persona, incluida su parte mortal, y sería Aquello que le llevó a vivir peligrosamente buscando su ocaso como única vía de reintegración y reencuentro. Pero en todo caso ese espíritu no puede ser confundido con esa parte tan mortal como el cuerpo que es el alma.

El hombre alzó su mirada con desconfianza. «Si tú dices la verdad, añadió luego, nada pierdo perdiendo la vida. No soy mucho más que un animal al que, con golpes y escasa comida, se le ha enseñado a bailar».

«No hables así, dijo Zarathustra, tú has hecho del peligro tu profesión, en ello no hay nada despreciable. Ahora pereces a causa de tu profesión: por ello voy a enterrarte con mis propias manos».

Perecer a causa de su profesión es algo más relevante que morir “trabajando”; significa pues el morir con una determinada e inalterable convicción. Una vez más la fidelidad. La vida de riesgo implica ya algo superior. Es una fuerza no mensurable ni catalogable. Zarathustra le homenajea ofreciéndole sus propias manos para enterrarle. Con ese gesto da a entender que posiblemente ese individuo que ha encontrado su muerte física en ese momento, también encontró su ocaso al mismo tiempo. Las palabras de Zarathustra le dieron el conocimiento suficiente para transformar su muerte, en principio simplemente heroica en algo auténticamente liberador. Una frase escuchada o dicha en el último momento puede suponer la Eternidad.

Cuando Zarathustra hubo dicho esto el moribundo no respondió ya; pero movió la mano como si buscase la mano de Zarathustra para darle las gracias.

Ya en el umbral de la muerte, sin apenas tener vida, el hombre ha entendido el gran momento, y no le faltan fuerzas para entregarle la mano a Zarathustra, su liberador. Unas simples palabras fueron suficientes para liberar a un hombre de carácter superior, y sin conciencia aparente de ello, en su momento adecuado. Unas palabras... “bastaron para salvarle”.

 

Entretanto iba llegando el atardecer, y el mercado se ocultaba en la oscuridad: el pueblo se dispersó entonces, pues hasta la curiosidad y el horror acaban por cansarse. Mas Zarathustra estaba sentado en el suelo junto al muerto, hundido en sus pensamientos: así olvidó el tiempo. Por fin se hizo de noche, y un viento frío sopló sobre el solitario. Zarathustra se levantó entonces y dijo a su corazón:

¡En verdad, una hermosa pesca ha cobrado hoy Zaratustra! No ha pescado ni un solo hombre, pero sí, en cambio, un cadáver.

El viento frío, la noche y un cadáver, símbolos de la muerte iniciática. Los humanos le huían, y el único que se le acercó fue en forma de cadáver. Es como un tributo alegórico. El acercarse a la vía iniciática significa morir; hay que ofrendar todo lo que de mortal  tenemos.

Siniestra es la existencia humana, y carente aún de sentido: un bufón puede convertirse para ella en la fatalidad.

Yo quiero enseñar a los hombres el sentido de su ser: ese sentido es el superhombre, el rayo que brota de la oscura nube que es el hombre.

El absurdo existir de los humanos se aprecia en la forma de morir. Una tontería puede costar la vida, y haber pasado de largo con menos importancia que una insignificante planta en la orilla de un camino. Zarathustra quiere mostrar ese camino superior simbolizado en lo fugaz del rayo. Está indicando que dentro de cada uno hay que saber identificar ese rayo que nos salva de lo vulgar. Ese rayo es el sentido del superhombre. Primero hay que captarlo para poder después entregarse a él.

Mas todavía estoy muy lejos de ellos, y mi sentido no habla a sus sentidos. Para los hombres yo soy todavía algo intermedio entre un necio y un cadáver.

Constante alusión a la lejanía con respecto al hombre vulgar. El estar entre un necio y un cadáver, podría dar a entender que el hombre le considera un necio por hablar un lenguaje no comprensible, con expresiones semejantes a las de un tonto, y a la vez lo identifican con un cadáver por el hecho de que, ante Zarathustra el hombre vulgar sólo huele su propio final, su propia muerte.

Oscura es la noche, oscuros son los caminos de Zaratustra. ¡Ven, compañero frío y rígido! Te llevaré a donde voy a enterrarte con mis manos.

Una vez más el llamamiento al ocaso “voluntario”. La noche oscura es la obra alquímica al Negro. La alusión de Zarathustra al cadáver ante el que está, es también un llamamiento indirecto de Nietzsche a todo aquel que lee: “Ven, compañero, rígido y frío”, es una apelación al héroe que debe enfrentarse a la muerte sin temor. “Te llevaré a enterrarte”, es una invitación a depositar bajo tierra las vestimentas del hombre para encaminarse por la vía del superhombre.

 

8

 

Cuando Zarathustra hubo dicho esto a su corazón cargó el cadáver sobre sus espaldas y se puso en camino. Y no había recorrido aún cien pasos cuando un hombre se le acercó furtivamente y comenzó a susurrarle al oído —y he aquí que quien hablaba era el bufón de la torre. «Vete fuera de esta ciudad, Zarathustra, dijo; aquí son demasiados los que te odian. Te odian los buenos y los justos, y te llaman su enemigo y su despreciador; te odian los creyentes de la fe ortodoxa, y te llaman el peligro de la muchedumbre. Tu suerte ha estado en que la gente se rió de ti: y, en verdad, hablabas igual que un bufón. Tu suerte ha estado en asociarte al perro muerto; el humillarte de ese modo te has salvado a ti mismo por hoy. Pero vete lejos de esta ciudad —o mañana yo saltaré por encima de ti, un vivo por encima de un muerto». Y cuando hubo dicho esto el hombre desapareció; pero Zarathustra continuó caminando por las oscuras callejas.

En el fondo, el bufón es un competidor de Zarathustra, pues vive aquél para entretener a los hombres y mantenerlos en su ignorancia, mientras que éste pretende que el hombre sea superado a sí mismo, y que deje de ser “cliente” de cualquier tipo de vulgaridad. El bufón, que intuye esto, se hace portavoz de los hombres, —y en el fondo lo es, pero de la parte más “baja” de ellos— y advierte a Zarathustra de los peligros que corre por propagar su mensaje. Al amenazarle de que saltará sobre él, se está descubriendo en su propia debilidad. Muchos bufones son los que viven a costa de los hombres, y están dispuestos a saltar sobre quien intente traer cualquier rayo de luz, sobre esas “oscuras callejas” por las que Zarathustra continuó caminando.

A la puerta de la ciudad encontró a los sepultureros: éstos iluminaron el rostro de Zarathustra con la antorcha, le reconocieron y comenzaron a burlarse de él. «Zaratustra se lleva al perro muerto: ¡bravo, Zarathustra se ha hecho sepulturero! Nuestras manos son demasiado limpias para ese asado. ¿Es que Zarathustra quiere acaso robarle al diablo su bocado? ¡Vaya! ¡Suerte, y que aproveche! ¡A no ser que el diablo sea mejor ladrón que Zarathustra! —¡y robe a los dos, y a los dos se los trague!». Y se reían entre sí, cuchicheando.

Vanas palabras las de los sepultureros. Éstos representarían a los críticos del mundo vulgar, los “profesionales tradicionales” que se ríen de todo aquello que les supera y al que no entienden. Para ello recurren al falso concepto de diablo, y muestran su bajeza y vulgaridad riendo y “cuchicheando”. Para ellos, todo lo que no se mueve es un cadáver; para Zarathustra, este cadáver que lleva encima ya lo era antes de morir y no por ello dejó de hablarle.

Zarathustra no dijo ni una palabra y siguió su camino. Pero cuando llevaba andando ya dos horas, al borde de bosques y de ciénagas, había oído demasiado el hambriento aullido de los lobos, y el hambre se apoderó también de él. Por ello se detuvo junto a una casa solitaria dentro de la cual ardía una luz.

Zarathustra no hizo caso a lo que posiblemente sus oídos escucharon, y parece como si ni siquiera tuviera que mostrar un desprecio por ellos. Siguiendo su camino, encuentra esa casa solitaria con una luz, lo cual viene a indicar que algún tipo de conocimiento iba a encontrase allá.

El hambre me asalta, dijo Zarathustra, como un ladrón. En medio de bosques y de ciénagas me asalta mi hambre, y en plena noche.

Bosques o ciénagas serían los símbolos laberínticos del interior mental. Se inicia aquí la culminación de un proceso de Nigredo, con un cadáver a cuestas, “y en plena noche”.

Extraños caprichos tiene mi hambre. A menudo no me viene sino después de la comida, y hoy no me vino en todo el día: ¿dónde se entretuvo, pues?

Al decir que el hambre le viene después de la comida da a entender, por supuesto, que no se trata de un hambre física, sino que se trata de otro tipo de ansia, quizás de aprender, pues cuanto más se aprende más ganas entran de seguir aprendiendo.

Y mientras decía esto, Zarathustra llamó a la puerta de la casa. Un hombre viejo apareció; traía la luz y preguntó: «¿Quién viene a mí y a mi mal sueño?».

Es ésta una alusión a un despertar de la conciencia dormida en su “mal sueño”. El viejo que trae la luz, es el maestro externo o también el interno.

«Un vivo y un muerto, dijo Zarathustra. Dame de comer y de beber, he olvidado hacerlo durante el día. Quien da de comer al hambriento reconforta su propia alma: así habla la sabiduría».

En esta respuesta se refleja la realidad del proceso en que Zarathustra vive: un muerto que lleva encima, símbolo de su humanidad en vías de superación, y un vivo que es el nuevo hombre o superhombre. Durante la noche ha de comer, es decir, en la fase oscura se debe buscar la luz. Dar de comer al hambriento... reconforta el alma. Enseñar, más aún.

El viejo se fue y al poco volvió y ofreció a Zarathustra pan y vino. «Malvado lugar es éste para hambrientos, dijo. Por eso habito yo aquí. Animales y hombres acuden a mí el eremita. Mas da de comer y de beber también a tu compañero, él está más cansado que tú». Zarathustra respondió: «Mi compañero está muerto, difícilmente le persuadiré a que coma y beba». «Eso no me importa, dijo el viejo con hosquedad; quien llama a mi casa tiene que tomar también lo que le ofrezco. ¡Comed y que os vaya bien!»—

El pan y el vino son usados como símbolo de comida divina. Es importante la insistencia del viejo sobre el dar a comer al muerto. Pues está indicando que la parte humana superada, ya muerta, también ha de vivir junto al que está naciendo, el superhombre.

A continuación Zarathustra volvió a caminar durante dos horas, confiando en el camino y en la luz de las estrellas: pues estaba habituado a andar por la noche y le gustaba mirar a la cara a todas las cosas que duermen. Mas cuando la mañana comenzó a despuntar Zarathustra se encontró en lo profundo del bosque, y ningún camino se abría ya ante él. Entonces colocó al muerto en un árbol hueco, a la altura de su cabeza —pues quería protegerlo de los lobos— y se acostó en el suelo de musgo. En seguida se durmió, cansado el cuerpo, pero serena el alma.

He aquí el final de un proceso. Confiar en el camino y en la luz de las estrellas es una clara alusión al camino iniciático. Estar habituado a andar por la noche indica su largo caminar en la etapa de Nigredo, u obra al Negro. Cuando el alba, la luz, empieza a aparecer, uno se ve a sí mismo dentro del bosque, que es el enredo de la propia mente. Era el final de una etapa, pues ya ningún camino aparece ante él. Ahora puede descansar. Pero ahora, que es todo consciencia, se preocupa de salvar al cadáver, en un árbol, y a la altura de su cabeza, dos alusiones referentes a la elevación de la parte corporal ya superada. Se trata de la superación o redención de la parte humana, protegiendo a ésta de los peligros exteriores. Ahora sí, el alma está serena, aunque el cuerpo esté cansado.

Hay que señalar que la interpretación exhaustiva de esta obra es poco más que imposible, y tampoco es ésta nuestra intención. Pero es evidente que Nietzsche enlaza pasajes de una forma alegórica, cuyos significados van dirigidos a la parte intuitiva y espiritual, pero no a la mente intelectiva. Es pues una obra simbólica en el auténtico sentido de la palabra, y por lo tanto iniciática. La “interpretación” que aquí podamos hacer es tan solo un “ejercicio” positivo de reconciliar el intelecto con la intuición.

 

9

 

Largo tiempo durmió Zarathustra, y no sólo la aurora pasó sobre su rostro, sino también la mañana entera. Mas por fin sus ojos se abrieron: asombrado miró Zarathustra el bosque y el silencio, asombrado miró dentro de sí. Entonces se levantó con rapidez, como un marinero que de repente ve tierra, y lanzó gritos de júbilo: pues había visto una verdad nueva. Y habló así a su corazón:

Una luz ha aparecido en mi horizonte: compañeros de viaje necesito, compañeros vivos, —no compañeros muertos ni cadáveres, a los cuales llevo conmigo a donde quiero.

Evidencia de lo que anteriormente anunciábamos. Se trata del final de un proceso. Él se mira dentro de sí (su bosque interior, su silencio). El anuncio de la aurora, de la mañana, es el anuncio de la obra al Blanco o Albedo. Atrás quedó la oscuridad. Realmente se sorprende de ver una nueva verdad como quien descubre un nuevo mundo. A partir de ese momento, al decir que no quiere más cadáveres, indica que buscará a sus iguales, o que buscará a aquellos que potencialmente sean capaces de contemplar su misma altura.

Compañeros de viaje vivos es lo que yo necesito, que me sigan porque quieran seguirse a sí mismos —y vayan allá donde yo quiero.

En este nuevo proceso, él mismo se identifica con la parte más elevada de aquellos a los que encontrará en su camino. Seguirse a sí mismos será lo mismo que ir a donde él quiere.

Una luz ha aparecido en mi horizonte: ¡no hable al pueblo Zarathustra, sino a compañeros de viaje! ¡Zarathustra no debe convertirse en pastor y perro de un rebaño!

Llegó la hora de la luz. Ya no hay que dirigirse a las masas que se ríen, sino a los elegidos, a los muy pocos.

         Para incitar a muchos a apartarse del rebaño —para eso he venido. Pueblo y rebaño se irritarán contra mí: ladrón va a ser llamado por los pastores Zarathustra. Digo pastores, pero ellos se llaman a sí mismos los buenos y justos. Digo pastores: pero ellos se llaman a sí mismos los creyentes de la fe ortodoxa.

En estas palabras se identifica claramente la intención sin ninguna clase de interpretación.

         ¡Ved los buenos y justos! ¿A quién es al que más odian? Al que rompe sus tablas de valores, al quebrantador, al infractor: —pero ése es el creador.

¡Ved los creyentes de todas las creencias! ¿A quién es al que más odian? Al que rompe sus tablas de valores, al quebrantador, al infractor: —pero ése es el creador.

Identifica aquí a los auténticos enemigos de la vía iniciática: aquellos que se aferran a una hipócrita bondad y a unas estrechas creencias, los faltos de espíritu en general.

Compañeros para su camino busca el creador y no cadáveres, ni tampoco rebaños y creyentes. Compañeros en la creación busca el creador, que escriban nuevos valores tablas nuevas.

No busca pues eternos discípulos o seguidores, busca a los potencialmente iguales a él. Opone el concepto de creador “al de creedor”. El de hombre liberado contra el esclavo.

Compañeros busca el creador, y colaboradores en la recolección: pues todo está en él maduro para la cosecha. Pero le faltan las cien hoces: por ello arranca las espigas y está enojado.

Constante alusión a la necesidad del camino compartido: los colaboradores en la recolección.

Compañeros busca el creador, que sepan afilar sus hoces. Aniquiladores se los llamará, y despreciadores del bien y del mal. Pero son los cosechadores y los que celebran fiestas.

Una nueva milicia del puro intelecto espiritual: los nuevos conquistadores, los nuevos bárbaros. Recogerán los frutos y llevarán la vida y la auténtica alegría a su alrededor.

Compañeros en la creación busca Zarathustra, compañeros en la recolección y en las fiestas busca Zarathustra: ¡qué tiene él que ver con rebaños y pastores y cadáveres!

Siempre alude a los iguales. Para nada le interesan los eternos acólitos y aquellos que nada tienen tras su mirada, cadáveres vivientes.

Y tú, primer compañero mío, ¡descansa en paz! Bien te he enterrado en tu árbol hueco, bien te he escondido de los lobos.

Pero me separo de ti, el tiempo ha pasado. Entre aurora y aurora ha venido a mí una verdad nueva.

Este cadáver que abandona es el símbolo de su vida anterior, antes de ver la luz. Una nueva visión de las cosas le hace apartarse de su mundo anterior. “El tiempo ha pasado...”

No debo ser pastor ni sepulturero. Y ni siquiera voy volver a hablar con el pueblo nunca; por última vez he hablado a un muerto.

Su nueva luz le permitirá encontrar a los suyos. No será pastor: porque no se dedicará a los que no sepan cuidarse de sí mismos. No será sepulturero: porque no enterrará aquello que cada uno ha de enterrar por sí mismo.

A los creadores, a los cosechadores, a los que celebran fiestas quiero unirme: voy a mostrarles el arco iris y todas las escaleras del superhombre.

Se dirigirá a los hombres superiores en potencia, y a ellos les mostrará el camino que sólo ellos podrán apreciar.

Cantaré mi canción para los eremitas solitarios o en pareja; y a quien todavía tenga oídos para oír cosas inauditas, a ése voy a abrumarle el corazón con mi felicidad.

Se dirige a los caminantes y luchadores solitarios, y curiosamente a aquellos que van en pareja, porque dos pueden ser también completamente uno. A los que quieran oír les inundará con su felicidad. Justa expresión, porque incluso estando ávidos de su voz, podrán quedar abrumados y exhaustos.

Hacia mi meta quiero ir, yo continúo mi marcha; saltaré por encima de los indecisos y de los rezagados. ¡Sea mi marcha el ocaso de ellos!

Es la marcha firme y decidida de aquél que sabe a donde va, como la de un rayo que ciega a los que aún son medio ciegos, que aturde a los que aún están medio aturdidos. Él avanza arrasando, pues la afirmación de que su marcha es el ocaso de ellos, significa que los que estén preparados, junto a él, despertarán, y los que no, ni siquiera lo intentarán.

 

10

 Esto es lo que Zarathustra dijo a su corazón cuando el sol estaba en pleno mediodía: entonces se puso a mirar inquisitivamente hacia la altura —pues había oído por en­cima de sí el agudo grito de un pájaro. Y he aquí que un águila cruzaba el aire trazando amplios círculos y de él colgaba una serpiente, no como si fuera una presa, sino una amiga: pues se mantenía enroscada a su cuello.

«¡Son mis animales!, dijo Zarathustra, y se alegró de corazón.

El animal más orgulloso debajo del sol, y el animal más inteligente debajo del sol —han salido para explorar el terreno.

Unión amistosa de dos animales aparentemente contrarios, lo que significa la armonía entre la fuerza, el poder, representado por el águila, con la sabiduría e inteligencia, representado en la serpiente. Zarathustra se ve identificado en esa unión. La serpiente es el símbolo de la kundalini desarrollada del hombre completo. El águila es el triunfo sobre el mundo en las alturas de la existencia.

Quieren averiguar si Zarathustra vive todavía. En verdad, ¿vivo yo todavía?

Se pregunta, de alguna manera, si es el mismo de antes.

He encontrado más peligros entre los hombres que entre los animales, peligrosos son los caminos que Zarathustra recorre. ¡Que mis animales me guíen!».

Cuando Zarathustra hubo dicho esto se acordó de las palabras del santo en el bosque, suspiró y habló así a su corazón:

¡Ojalá fuera yo más inteligente! ¡Ojalá fuera yo inteligente de verdad, como mi serpiente!

Pero pido cosas imposibles: ¡por ello pido a mi orgullo que camine siempre junto a mi inteligencia!

Reflexiones simbólicas propias de un nivel superior, aparentemente imposibles en principio. La unión de la inteligencia y el orgullo. La Iniciación es una vía de conocimiento; guiado por la inteligencia, el iniciado no se deja llevar por el orgullo.

Y si alguna vez mi inteligencia me abandona —¡ay, le gusta escapar!— ¡que mi orgullo continúe volando junto con mi tontería!

Es un momento en el que relativiza o desprecia el concepto de inteligencia. Pero si ésta le abandona, lo importante es que el orgullo, o ese sentido superior del mismo, permanezca. En este caso se trata de un orgullo como expresión más elevada del ser. Ante lo cual, la inteligencia no tiene ninguna importancia.

—Así comenzó el ocaso de Zarathustra.

A partir de este momento, Zarathustra inicia un período de transformación que no será nada más que la confirmación de su camino iniciático.

 

Comentarios F.S.Bas

Octubre 2000

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